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Analistas 14/09/2019

El hombre, solo una especie

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

Nuestros antepasados se distanciaron de los demás primates hace siete millones de años, pero la actual especie humana solo tiene trescientos mil. Alcanzamos a tener relaciones con los afines denominados de Neanderthal, como comprueba nuestro genoma. Fuimos cazadores y recolectores hasta hace unos 10.000 años. Desde entonces, hemos crecido de manera sostenida en número y en impacto en las demás especies. Primero, fueron las revoluciones agraria y urbana, primeros pasos hacia la acumulación fundamentadas en el ingenio de la especie. Luego, se ampliaron ámbitos con la navegación marítima. Lo cierto es que hace 2.000 años había una población total de 200 millones de personas aproximadamente, hace 500 años había unos 500 millones, hace 200 años había unos 800 millones, hace 100 años había unos 1.600 millones y ahora somos casi 8.000 millones.

Además, hemos aumentado nuestro tamaño, la calidad de nuestra infraestructura para habitar y transportarnos, nuestra expectativa de vida y el consumo de energía en forma dramática, sobre todo en los últimos dos siglos, con el uso de combustibles fósiles como fuente primaria. Hace 1.000 años nuestra masa total era un veinteavo de la masa combinada de las hormigas y las termitas, y hoy es más o menos igual a la suma de ellas. Hemos cambiado nuestro papel en la esfera de la vida de manera irresponsable, bajo la premisa de que lo demás está para nuestro servicio, sin entender que las relaciones entre especies vivas y entre individuos de una misma especie tienen complejas manifestaciones de conflicto y cooperación.

Somos parte del juego de la vida. Miles de millones de bacterias afines habitan en nuestro sistema digestivo, y nos protegen de otras que nos harían daño. Dependemos en gran proporción de animales para nuestra cuota de proteína, con mucho gasto de energía para crecerlos. Tenemos mascotas cuya atención ha impulsado la formación de un enorme mercado de productos y servicios en años recientes. Sin embargo, no nos angustian la destrucción de los bosques, la desertificación, la dilución de las capas polares o la acidificación de los mares por cuenta de nuestra desmedida conducta.

La acción de los humanos no es fuente única de cambios. De mayor importancia son las fluctuaciones en las reacciones de fusión que ocurren en la superficie solar, sobre las cuales no nos cabe acción alguna, pero eso no justifica la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera ni el abuso con los plásticos. Vivimos en un sistema solar de escasa relevancia, en una entre cientos de millones de galaxias dentro de este universo, solo uno de muchísimos probables, pero la exigua dimensión de lo terreno en el contexto cósmico no legitima nuestra conducta, perjudicial para nosotros y para las demás especies vivas, todas dependientes de una u otra forma de la transformación de la energía solar mediante la fotosíntesis, y vinculadas mediante procesos cuya complejidad desborda la capacidad descriptiva del lenguaje humano; por consiguiente, las consecuencias de la desmesura no son fáciles de pronosticar. Lo ambiental va a ser punto focal de la atención pública pronto, pero entre más se demore la humanidad en reconocer que sobrevivir es la prioridad política más compleja serán las restricciones en la vida cotidiana de nuestra descendencia. El reto es claro.

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