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Analistas 02/12/2023

Cooperación internacional

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

La cooperación internacional afloró tras la primera guerra mundial. Ya eran visibles las limitaciones del modelo imperialista, máxima expresión del colonialismo establecido por Gran Bretaña, Francia, España, Portugal, Holanda y Bélgica en todo el mundo, en abierta contradicción con la retórica liberal construida en esos mismos países desde el siglo 18. En la primera ola de instituciones se establecieron la Liga de las Naciones, consecuencia del Tratado de Versalles (1919), cuyo gran impulsor, EE.UU., no lo ratificó, y el Banco de Acuerdos Internacionales (Bank for International Settlements), establecido en 1929-30, con papel central en la armonización de políticas en materia monetaria y financiera.

Tras la segunda guerra mundial los aliados victoriosos impusieron en la Conferencia de San Francisco (1945) el sistema de Naciones Unidas, que incluye la Corte Internacional de Justicia, la FAO (Organización para la Agricultura y la Alimentación) y muchas otras entidades con tareas importantes desde la perspectiva de las burocracias. El sistema carece de poder coercitivo, lo cual limita su relevancia. Ya se había convenido en Bretton Woods (1944) la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y se habían establecido las bases del Acuerdo General sobre Comercio y Tarifas, que dio origen a la Organización Mundial de Comercio en 1995.

La realidad obliga a revisar los ineficaces esquemas, establecidos con sesgo controlante. La mayoría de los ordenamientos con pretensión de soberanía no cumple las más elementales condiciones para ella, y ninguno las cumple a plenitud: todos los países inciden en todos los demás hoy en algún grado. De otra parte, las poblaciones e ingresos hacen que su participación en la economía mundial sea muy heterogénea. Además, los ideales de la Ilustración enunciados en Francia, Gran Bretaña y Alemania hace un cuarto de milenio no se han cumplido; en EE.UU., el paladín de la libertad en las guerras mundiales, subsistió la discriminación racial abierta hasta los años 60 del siglo pasado. Finalmente, lo convenido tras las guerras, impuesto por los vencedores, no anticipó las implicaciones de la inevitable descolonización que ocurrió a partir de ese momento y acentuó la variedad de países.

Las instituciones de Bretton Woods hicieron crisis en los años 70 del siglo pasado, con la supresión de las tasas de cambio fijas. Las instituciones multilaterales y, más allá, el ordenamiento político del mundo, exigen revisión; llama la atención que la ampliación del comercio global se ha apoyado en acuerdos preferenciales bilaterales, sin sujeción al ideal de la plena libertad para exportar e importar, y sin consideración de implicaciones políticas de largo plazo.

Vienen nuevos retos: es preciso proteger el medio ambiente de los estragos derivados del crecimiento de la población y el uso de combustibles fósiles, mitigar los riesgos por armas de destrucción total, eliminar la pobreza y reducir la desigualdad, acotar el abuso del capital, y aumentar la productividad para sostener a una proporción creciente de los humanos en escenario de envejecimiento paulatino. Lo existente no sirve. Se debe promover la integración de países, con convergencia de normas comerciales, laborales y fiscales, y la educación para cultivar respeto y solidaridad. Es hora de pensar en grande para sobrevivir y prosperar.

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