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Durante décadas, el modelo económico del café se ha basado en una lógica lineal: se cultiva, se cosecha, se procesa el grano y se exporta. El resto, se descarta. Sin embargo, el mundo ha cambiado y con él, las exigencias de los mercados, del ambiente y de las comunidades rurales. Hoy entendemos que lo que antes considerábamos residuos puede convertirse en activos estratégicos. La economía circular aplicada al café no es una moda ni un discurso: es una ruta estructural para agregar valor desde el origen, diversificar ingresos para el productor, reducir impactos ambientales y construir un nuevo paradigma de competitividad para el país.
Según el más reciente Coffee Development Report de la Organización Internacional del Café, durante el año cafetero 2022-2023 se produjeron más de 165 millones de sacos de café en el mundo, lo que equivale a cerca de 47 millones de toneladas de cerezas. De ese total, solo una fracción (menos de 15%) llega a la taza del consumidor. El resto, equivalente a más de 40 millones de toneladas de biomasa, se convierte en subproductos como pulpa, mucílago, pergamino, cascarilla, zoca y borra de café que, en la mayoría de los casos, no se aprovechan. Esta cifra representa una oportunidad sin precedentes para transformar residuos en nuevas fuentes de ingreso, productos sostenibles y empleos rurales.
Colombia, con una producción reciente de 14,9 millones de sacos de café verde, genera cerca de 5 millones de toneladas de biomasa al año. Estamos hablando de un volumen comparable al de industrias consolidadas en sectores como alimentos funcionales, empaques sostenibles, biofertilizantes, bioenergía y cosmética. La pulpa, por ejemplo, contiene compuestos fenólicos, azúcares, proteína y fibras con aplicaciones en nutrición animal, fermentación y energía. El mucílago puede ser fuente de pectina y antioxidantes. El pergamino y la cascarilla tienen alto valor calórico y lignocelulósico, ideales para biocombustibles o materiales biodegradables. La zoca del café puede producir Biochar que puede ser comercializado mediante créditos de carbono y reincorporado a los suelos para mejorar la actividad microbiana. Incluso la borra del café después del consumo contiene propiedades útiles para la industria cosmética y la elaboración de materiales compuestos.
La economía circular en el café implica mucho más que reciclar. Significa rediseñar la cadena de valor desde el cultivo hasta el consumo. Significa también reconocer que cada componente del fruto puede tener una nueva vida útil. Para lograrlo, se requiere infraestructura poscosecha adaptada (llámese centrales de transformación y compra de café en cereza), modelos de negocio innovadores, normativas que habiliten el uso y comercialización de subproductos, y una inversión decidida en investigación y desarrollo. También requiere voluntad gremial y política con visión de largo plazo para integrar este nuevo modelo en la política cafetera nacional y en la estrategia de desarrollo rural del país.
La transición hacia un modelo circular también responde a una necesidad ambiental urgente. El café tiene una huella hídrica considerable: se estima que una sola taza puede requerir hasta 132 litros de agua desde el cultivo hasta el consumo. Adicionalmente, los procesos de beneficio mal manejados generan emisiones de gases y lixiviados que, si no se manejan adecuadamente, afectan suelos y fuentes hídricas. Al reintegrar los subproductos al sistema productivo, como biochar, biofertilizantes o generación de energía, no solo se reducen estos impactos, sino que se mejora la salud del suelo, se disminuye el uso de insumos agroquímicos y se fortalece la resiliencia del café frente al cambio climático.
En el plano económico, la circularidad ofrece una alternativa real frente a la volatilidad del precio internacional del grano. Si una asociación de caficultores ó una cooperativa logra capturar valor por cada subproducto, no solo diversifica sus ingresos, sino que reduce costos operativos y aumenta su margen neto.
Esta transformación también abre la puerta a nuevos mercados: consumidores que valoran productos con trazabilidad, innovación y bajo impacto ambiental. Así como Colombia logró posicionar su café por su calidad sensorial, ahora puede liderar una nueva categoría de cafés circulares y regenerativos.
Los resultados de una encuesta global del sector, también incluidos en el informe de la OIC, revelan que aunque más del ochenta por ciento de los actores del café cree que la economía circular mejora la sostenibilidad del sector, solo una tercera parte aplica actualmente alguna práctica en esa dirección. Esto indica que hay una brecha clara entre el potencial percibido y la acción concreta. Colombia tiene la capacidad de cerrar esa brecha, gracias a su institucionalidad cafetera, a la experiencia técnica de Cenicafé, a la infraestructura de Almacafé y a la vocación transformadora de sus regiones productoras.
La economía circular no es una alternativa, es una evolución necesaria. En el mundo que viene, no se premiará únicamente al productor que entregue más volumen o mejor taza, sino a quien genere valor con menor huella, mayor trazabilidad y más impacto social. Esa es la nueva frontera del café colombiano. Y el momento para cruzarla es ahora.
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