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Analistas 08/06/2019

Combate en la heroica

Edgar Papamija
Analista

La posición crítica que asumimos frente a los innumerables desaciertos del Gobierno, no tiene carácter destructivo, pues no podemos, en nuestro sentir, atizar la hoguera de las frustraciones colectivas sin pensar en el grave daño que le haremos al país si unificamos criterios y voluntades apostándole al fracaso colectivo. Lo grave es que el Presidente y su pequeño círculo de dolientes se resisten a salir del hueco en que se enterraron con el plebiscito por la paz y siguen aferrados al insano propósito de volver trizas los acuerdos de la Habana, no solo para cobrarle a Santos su fementida deslealtad con el jefe del CD, sino para asegurar el predominio de una forma de administrar el Estado, manteniendo inequidades y privilegios que no permiten impulsar el desarrollo hacia etapas superiores, más acordes a las esperanzas y exigencias de un país que ha avanzado en su formación e información, pero que no encuentra fórmulas para mejorar equidad, productividad, salarios y empleo, por su excesiva dependencia del sector externo.

La semana que pasó no podía ser más nefasta para la sociedad, urgida de un pacto de mínimos, que no pasa por los frustrados acuerdos de Palacio, sino por la generación de un clima propicio para reconstruir la economía, desarmando la política, sin renunciar al ejercicio civilizado de la controversia que permite avanzar en la diferencia. El nobel Pissarides lo resumió claramente: “el principal problema de Colombia es político, no económico”.

La Convención Bancaria colocó la ciruela que faltaba a la copa. Juan José Echavarría se puso los guantes y llamó las cosas por su nombre. Según el gerente del Emisor, la inflación “es algo no tan bueno” pues bordeará el 3,4%; el crecimiento del último trimestre es malo, pues fue de 2,3% y no de 2,8% como lo dijo la entidad de las estadísticas oficiales, que no tuvo en cuenta los factores estacionales o no los cuantificó debidamente; la demanda que venía creciendo al 4%, cayó a 2,7% y la inversión cayó de 9,9% o de 4,9%, como dijo el Dane, con falta de rigor, a casi cero. Echavarría remató con gancho al hígado: “la economía se estancó”.

A lo anterior hay que agregar que el peso no se recuperará, pues la economía no tiene la fortaleza necesaria para enjuagar los desarreglos externos. El déficit fiscal y el déficit en cuenta corriente no se detienen. El desempleo no dejará de crecer pues la industria extractiva, que sustenta nuestra economía, no genera puestos de trabajo. Para rematar, el Dane ha perdido rigurosidad y da cifras de discutible confianza.

El Minhacienda, en la tónica gubernamental de no reconocer los falsos positivos en la economía, descalifica en Cartagena las afirmaciones de Echavarría, pero acepta entre dientes, la regresividad del IVA como una amenaza para los sectores vulnerables, el incremento de la deuda pública que llega a límites preocupantes y el ajuste de ingresos y gastos que requiere la coyuntura fiscal, en el corto plazo, para alivianar el “muy difícil” panorama de los próximos años.

El Gobierno debía bajarse del ring para recuperar la serenidad. Las acciones estridentes, estimulando la crispación de los espíritus, conducen a la violencia como lo ve con toda claridad la comunidad internacional. El camino de la recesión económica está pavimentado por la torpeza y ambición de los líderes de las grandes potencias. Seguir navegando con el astrolabio de los egos, nos puede traer insospechadas consecuencias. El receso parlamentario es una buena oportunidad para recuperar la cordura.

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