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El pasado 18 de diciembre se conmemoró el Día Internacional del Migrante, una fecha que invita no solo a la reflexión simbólica, sino también a mirar con mayor atención la movilidad humana que está redefiniendo a los países de la región. En Colombia, hablar de migración hoy suele activar una imagen casi automática: la del país receptor, en razón a la llegada masiva de población venezolana, que lo consolidó como territorio de acogida y tránsito. Ese relato es cierto pero incompleto, ya que mientras esa mirada se afianzaba, un fenómeno de igual profundidad avanzaba puertas adentro: Colombia vuelve a ser, lamentablemente, un país emisor de migrantes.
Las cifras son contundentes. Según el más reciente informe de la Ocde, durante el periodo 2022-2023, Colombia ocupó el cuarto lugar entre los países de origen con mayor número de nuevos emigrantes hacia los países miembros de la organización; y en 2024 se ubicó como el segundo país con mayor número de nacionales solicitantes de asilo. Según Migración Colombia y el Cerac, entre 2022 y 2024 alrededor de 1,33 millones de colombianos dejaron el país de forma definitiva. En solo esos tres años, el país vio partir a una población equivalente a casi dos tercios de toda la emigración registrada durante la década 2012-2021. Estamos hablando, sin exagerar, del mayor éxodo de nuestra historia reciente.
El contraste histórico resulta aún más inquietante. Durante la crisis económica y de seguridad de finales de los noventa, el año 2000 marcó un pico de 282.000 salidas. Hoy esa cifra parece modesta: en 2023 se registraron cerca de 446.000 salidas netas. Durante muchos años, Colombia promedió cerca de 200.000 emigrantes definitivos anuales; hoy ese umbral lo sobrepasamos, lo que sugiere no un episodio coyuntural, sino una tendencia estructural que se consolida.
¿Por qué se van tantos colombianos? La respuesta no admite simplificaciones. De acuerdo con un estudio del Mixed Migration Centre, la emigración colombiana está marcada por una combinación persistente de factores económicos y de violencia. El 74% de las personas encuestadas mencionó motivos económicos y más del 80% aseguró que sus ingresos no eran suficientes para sostener una vida digna, datos reveladores en un país con bajos salarios y un costo de vida urbano en ascenso.
A ello se suma un contexto de inseguridad estructural. El 62% señaló la violencia como causa de salida. En 2024, Colombia registraba ocho conflictos armados internos activos y la segunda cifra más alta de desplazamiento forzado desde la firma del Acuerdo de Paz. A esta ecuación se suman la corrupción, la falta de acceso efectivo a servicios básicos y los factores ambientales: sequías, desabastecimiento de agua y eventos extremos.
También están cambiando los destinos. Las rutas tradicionales hacia el norte pierden fuerza frente a políticas cada vez más restrictivas en Estados Unidos, México y la Unión Europea. En contraste, crecen los flujos hacia el sur: Argentina, Brasil y Chile emergen como polos de atracción para colombianos que buscan estabilidad, empleo y regularidad migratoria.
Colombia sigue siendo un país receptor y solidario, pero también es, hoy más que nunca, un país que expulsa. Reconocer esa doble condición no es un ejercicio retórico: es el primer paso para entender que la migración no es solo un asunto de fronteras, sino un espejo incómodo de las deudas internas que seguimos sin saldar.
Podemos seguir administrando la inercia, ajustando indicadores y sobreviviendo a coyunturas políticas, o podemos apostar por un sistema que forme ciudadanos críticos, profesionales competentes y líderes comprometidos
Hasta la fecha la justicia y algunos medios han eludido su responsabilidad con la veracidad, de la misma forma en que desde 1983 han tapado la participación de los victimarios en este crimen atroz