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Tribuna Universitaria 20/10/2017

Estudiantes en pañales

Cristóbal Soto
Estudiante de derecho
Analista LR

Desde hace unos meses el discurso sobre la corrupción ha ocupado las primeras planas de las noticias nacionales y continuará por un par de meses con vistas a las elecciones de 2018. Frente a este discurso, se ha generado un gran debate, no solo en el ámbito político, sino también en el económico y el académico. Frente a este panorama, surge a la luz una problemática que hemos ignorado, pero que hoy constituye una de las causas de la corrupción: la edad de los universitarios.

Cuando me gradué del colegio, decidí hacer un año de intercambio, y al volver para comenzar la universidad era uno de los más viejos de la promoción con 19 años, superando considerablemente el promedio de edad que no pasaba de 17. Sabía que esa era la realidad en todas las universidades colombianas, pero con el pasar del tiempo fui percibiendo pequeñas diferencias con mi forma de pensar y asumir las responsabilidades de la universidad, la forma de ver las clases e incluso la carrera a como la hacían aquellos de 16; cosas como el irrespeto a las clases, las burlas al “nerd” o la copia que hacían en los exámenes, justificados en la necesidad de pasar la materia sin importar el conocimiento.

Esta situación contrasta con el contexto educativo de otros países, donde la edad promedio de los estudiantes de primer semestre es superior al colombiano. Por ejemplo, en Dinamarca y Finlandia los países número unoy dos en calidad de vida, según el Social Progress Index 2017, tienen un promedio de ingreso de 19 años; por otro lado, Israel, el país que ha educado a la mayor cantidad de premios nobel, según The Israel Ministry of Foreign Affairs, maneja una media de 22 años. La edad de los estudiantes que entran a la universidad no es una contingencia en el desarrollo de estos países, por lo contrario, es un motor para el progreso. El hecho de contar con universitarios maduros, que tomen decisiones autónomas conlleva a que se genere un amor por la carrera, respeto a la profesión y un verdadero valor al estudio y a la academia.

Por el contrario, en Colombia, un porcentaje considerable de estudiantes de primer semestre son, como yo los llamo “estudiantes en pañales”, adolescentes que están buscando su identidad, su pasión, sus talentos, y en medio de esa búsqueda, los estamos cargando con la decisión de qué hacer por el resto de sus vidas. Frente a esta situación, no es de extrañar, que muchas de sus decisiones sean incorrectas, y que a lo largo de la carrera su única motivación sea lograr “el cartón” sin importar los medios, perdiendo así el sentido de la vocación que se requiere para la profesión y por tanto, que estudien por obligación.

De esta manera, queda claro que la falta de madurez de nuestros “pequeños universitarios” ha generado un desinterés por el conocimiento, dando a si lugar a que muchos de nuestros profesionales salgan sin un sentido de pertenencia de su carrera ni de la universidad y, en consecuencia, no tengan criterios para decirle no a la corrupción.

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