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Analistas 08/08/2025

Liderazgo y la reconstrucción moral de Colombia

César Mauricio Rodríguez Zárate
Teniente coronel (RP) PhD. Research Associate Leiden University

Colombia atraviesa una de sus etapas más críticas en materia de confianza. La ingobernabilidad, la corrupción y la crisis institucional se han conjugado para erosionar la confianza ciudadana. Se cavó un hoyo profundo, un vacío de autoridad política, institucional y cívica, que es reemplazada por quienes promueven el desorden, se pasan por la faja las normas y las costumbres o peor aún, se hacen los de la vista gorda frente a lo culturalmente reconocido como reprobable. Cuando esto sucede, estamos ante una autoridad vacía, sin contenido moral.

El informe de la Ocde y el Banco Interamericano de Desarrollo sobre el panorama de las administraciones públicas en América Latina y El Caribe muestra cómo en materia de confianza en el Gobierno Nacional, Colombia se encuentra casi al final de 16 países de la región encuestados alcanzando apenas un 30%. En los países democráticos, la confianza es uno de los indicadores más importantes de cómo la población percibe la calidad y competencia de las instituciones para resolver los problemas públicos. Sin confianza, es imposible impulsar políticas e iniciativas en aspectos esenciales como salud, educación, empleo, seguridad y justicia, entre otros.

La confianza se construye sobre la moral, entendida como las normas y principios que guían la conducta humana y que por consenso social y costumbre, diferencian lo bueno o lo malo. La moral es universal, es decir no es relativa; nos indica qué se debe hacer o evitar. Tampoco puede invertir hoy una costumbre o valor como una moda, ni banalizar lo culturalmente reconocido como bueno ridiculizándolo, o lo malo, exaltarlo como un ejemplo a seguir. En consecuencia, el ejercicio de la autoridad tiene como palanca la moral, para generar confianza.

Encontramos entonces la moral como una fuerza a la que se le debe sumar necesariamente la construcción de liderazgos en múltiples campos, para reconstruir el país. Parte de los males que padecemos se explican por la ausencia de verdaderos liderazgos públicos. No me refiero a figuras carismáticas que agiten banderas en plazas públicas para luego plegarse a la conveniencia política del poder, sino a líderes que, desde las instituciones, ejerzan de dique moral y trabajen por el bien común.

La principal virtud del liderazgo basado en la moral es la valentía: la capacidad de señalar lo que está mal sin temores ni favores, aunque la tribuna se incomode; de defender principios sin dejarse arrastrar por la corriente del aplauso fácil. La valentía incomoda porque dice la verdad. Hoy esa valentía es perseguida política e incluso judicialmente; sin embargo, al final prevalece. Esas valentías deben ser protegidas, de lo contrario quedamos al amparo y al gobierno de los mediocres, de los ineptos e incompetentes, de los corruptos materiales y morales.

El profeta Isaías, reconocido por sus reflexiones históricas, calificaba a quien ejerce la autoridad sin liderazgo moral, como unos perros mudos: soñolientos, echados, aman dormir, no alertan ni cuidan, no ladran. Cuando una persona está investida de autoridad política, institucional, social e incluso familiar en el hogar, se asume un deber cívico y una responsabilidad profesional y personal.

Mahatma Gandhi decía que la ley más importante de la vida es la voz de la conciencia. Cuando ésta se anestesia, se confunden los límites, se difuminan o traspasan las líneas éticas y se deja de distinguir el bien del mal. Allí, la soberbia hace creer que el poder otorga licencia para el abuso, la ofensa y la violencia de palabra, la exaltación del crimen y por ende, el daño se amplifica cuando quien la ejerce ostenta un rol de autoridad.

Reconozco la propuesta de conformar un frente unido para reconstruir el país, pues es claro: la destrucción de la economía, de las instituciones y de la gestión pública, es evidente. Pero yo voy más allá, reclamo del liderazgo empresarial, académico, de los medios y de aquellos que aún quedan con esa conciencia y moral en las instituciones públicas, las altas cortes, la Fuerza Pública, para no ser perros mudos, para proteger el carácter moral de la nación. No lo olvidemos, detrás está el bienestar de nuestras familias, la vigencia de nuestros trabajos y productividad, el país que le vamos a dejar a nuestros hijos, la existencia misma de la nación.

Esa reconstrucción no se logrará con más leyes, porque ya existen, hay leyes para todo… sino con liderazgos que promuevan una cultura donde no se tolere práctica alguna contraria al bien común, al desarrollo del país basado en el trabajo, el mérito, las buenas costumbres y tradiciones, para recuperar y proteger la convivencia como fin democrático del Estado. Que no se premien los atajos, que no se glorifique la viveza o exalten criminales en tarima … que se entienda que la prosperidad colectiva requiere esfuerzo y rectitud.

Siempre hago el llamado, más allá de la indignación, a la acción. Se requieren liderazgos valientes, porque la ingobernabilidad, la corrupción y la crisis dejarán de ser problemas coyunturales para convertirse en el estado natural de nuestra república. La invitación que hago en mi entorno profesional, a mis estudiantes y amigos, es al surgimiento de renovados liderazgos, desde todas las orillas, desde los emprendimientos, la iniciativa empresarial, la opinión y oposición democrática, desde el arte y la gestión pública seria y transparente, siempre, con excelencia, ejemplo y mucha creatividad e innovación. Con moral ¡Así podremos sacar a Colombia adelante!

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