Rituales regenerativos

A medida que construimos las respuestas a la crisis ambiental vamos generando nuevas prácticas cotidianas que afianzan comportamientos más sostenibles. Es sobre este proceso de cambio, a veces imperceptible, que podemos evidenciar el avance de las transiciones culturales que necesita el mundo para construir el planeta B, ese ecosistema que aún resulta un poco quimérico, pero ya emerge. Parte de las nuevas prácticas que se afianzan incluyen la separación de residuos en la frente sin que necesariamente haya institucionalidad recicladora, las jornadas crecientes de siembra de árboles o limpiezas de playa, así los primeros mueran en pocos meses o la basura retorne por efecto de las corrientes y empresas de servicios públicos ineficaces: hay una generación, especialmente de jóvenes, tan conscientes como prácticos, que no está dispuesta a ceder ante la falta de acción de los gobiernos, atrapados en la lógica de las reformas gigantescas que pretenden cambiarlo todo al mismo tiempo, sin cambiar nada.

Uno de los rituales más significativos que aparece en muchas partes y es cada vez más común en Colombia, es la liberación de tortugas, tanto aquellas que llegan lastimadas a los centros de atención de fauna silvestre, como las que provienen del rescate e incubación protegida de las menguantes nidadas colectadas por pescadores en playas marinas o fluviales. La semana pasada Corpamag, en conmemoración de los 500 años de Santa Marta invitó a liberar decenas de tortuguillos en playas turísticas convertidas por unas horas en espacio “libre de gente”, pero abierto a personas que disfrutamos de una nueva razón para estar vivas, también gracias al trabajo de los equipos técnicos y científicos de la corporación, liderados por la doctora Julieth Prieto.

Cada tortuga liberada, en este o en los programas que desarrolla el Animal Bank en el Magdalena, por ejemplo, o las fundaciones Omacha o Palmarito en el Meta, implica la convergencia y colaboración de decenas de procesos que hasta hace unos años eran impensables. Muchos, por el marco legal y de competencias definido por las mismas autoridades ambientales, que a menudo “ni rajan ni prestan el hacha”, en la medida que creen ser las dueñas de la gestión del mundo e inhiben la innovación o desmotivan la acción ciudadana o empresarial, cuyos aportes financieros son indispensables. Que la restauración o rehabilitación de la biodiversidad convoque a las acciones solidarias de pescadores, estudiantes de los colegios, trabajadores en sus fines de semana o vacaciones, es un paso adelante en la apropiación de procesos clave para restituir la funcionalidad ecológica que hemos canalizado para nuestro exclusivo beneficio: el bienestar que hoy disfrutamos (mal distribuido, es cierto), proviene de la transformación de los territorios que habitamos, y los casi nueve billones de humanos, organizados o individualmente, debemos actuar para compensar la huella ecológica que nos ha traído hasta el presente; no hay opción. Esa es la justicia ambiental completa, una conclusión del encuentro internacional sobre Derecho y Naturaleza desarrollado un par de horas después de la liberación de tortuguitas.

Los rituales de reconciliación con la vida animal y vegetal nutren una nueva manera de habitar el mundo compartido, con la misma potencia que en el pasado las abstracciones religiosas nos impulsaron a otros temas. Tod@s podemos convertirnos en creyentes de la regeneración de los territorios con pequeñas o grandes obras, pero que no serán nunca de caridad, porque la especie más amenazada hoy en día, es la nuestra. Y sobreviviremos, con dignidad, si todas las demás lo hacen, para lo cual no sirve rezar: hay que actuar.