En el Congreso Nacional del Agua, realizado por Acodal en Santa Marta hace un par de semanas, surgió como inquietud dinamizadora del diálogo de cierre, la conveniencia de crear o no un ministerio del agua. El exministro Vargas Lleras, que acababa de presentar un informe de los avances del gobierno en el ramo, no dudó en su respuesta: “ya existe, y es el Ministerio de la Vivienda y Desarrollo Territorial”
Tiene toda… la mitad de la razón. Tal vez antes de la nueva escisión ministerial, ese era el caso, y la intención: que la gestión ambiental fuese la misma de la del desarrollo, para garantizar su sostenibilidad. Agua, aire, biodiversidad, son los componentes esenciales para la construcción de un hábitat humano equitativo, perdurable. Pero ahora, ante el fracaso de la fusión planteada en 2002, el ambiente volvió a ser medio, y tenemos una gestión del agua para el desarrollo, y otra, para la sostenibilidad, sólo que con inversiones y enfoques radicalmente diferentes: pese a los avances en el manejo de nuestras cuencas, a cargo de las CAR y del Ministerio de Ambiente, debemos acudir hoy a fondos de emergencia para garantizar atención proporcional para estas, pues la asimetría entre los ministerios, que no sectores, es gigantesca. Están llegando las viviendas gratis y los acueductos, alcantarillados y plantas de tratamiento, pero nadie garantiza que por ellos circule agua, la misma pregunta que nos haciamos en los años 70. Es hoy, con los recursos del Fondo Nacional de Adaptación, que abordamos el ordenamiento de las cuencas y la delimitación de los páramos y humedales afectados por la pasada ola invernal, pero a menos que estas inversiones se conviertan en mecanismos permanentes de gestión ambiental, la próxima Niña del cambio climático nos volverá a sitiar.
En la lectura que corresponde al adjetivo “sostenible”, los grandes esfuerzos que se hacen en tecnología, infraestructura e institucionalidad de servicios públicos, son en parte un reflejo de nuestro fracaso en el manejo adecuado del agua. Evidentemente, son medidas ecológicamente remediales: la prueba de que, como sociedad, en la gestión del ciclo del agua se nos olvida el agua… Páramos protegidos y sanos, ríos con franjas de vegetación silvestre en sus riberas, planicies aluviales con sistemas productivos adaptados a los pulsos de inundación, humedales íntegros, mares y costas protegidas, ciudades frescas y permeables son apenas algunos de los componentes funcionales de, esa sí, la fábrica del agua, donde el buen manejo apenas comienza a ser entendido como una inversión y no un gasto, con el agravante de que el deterioro acumulado, que hay que leer como un pasivo histórico, debe ser subsanado: la quiebra de un sistema de servicios ecosistémicos no se arregla con un gerente liquidador.
En ese encadenamiento productivo sostenido que representa el fluir del agua a través de los compartimientos del ecosistema, hay dos grandes intermediarios que, aún cuando surgen del mismo proceso evolutivo, han adquirido roles bien diferentes: los seres humanos y el resto de la biodiversidad, que somos agua, aunque agua efímera. Toda el agua de la vida, literalmente, circula por nosotros día a día y somos ella; razón por la cual en la mayoría de culturas se hizo sagrada, como buscan recuperar Aterciopelados y @cantoalagua. Pero mientras disponemos de nuevos “maestros agua” al estilo de la dulce Katara, buscamos que las empresas de servicios públicos incorporen visiones que integran la infraestructura gris con la verde, y comienzan a gestionar los servicios ecosistémicos que constituyen la otra mitad, si no más, del sistema.
Con el tiempo, si alcanza, se hará evidente que siempre es más barato y ético invertir en la capacidad de filtración del páramo, la conducción del río, la depuración de la ciénaga, la recarga en el bosque, e integrarlos en el “negocio”. Y aún así, esa inversión, que podría llamarse ambiental, no será efectiva si no reconocemos y entendemos que todos y cada uno de los servicios ecosistémicos a los que deberíamos prestar atención, están mediados por la biodiversidad: toda el agua es serpiente, nos hizo saber Bachué.