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Analistas 23/10/2019

Alertas tempranas

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

Hace pocos días, un tuitero de pluma fácil se refirió a la ecología del paisaje como “una disciplina exótica”, sugiriendo con ello que hacía parte del conocimiento “inútil” que se acumula hoy en la nube digital, antes en las bibliotecas. Tomo el mensaje como una invitación para mostrar cómo esta disciplina podría ser fundamental para la toma de decisiones si, como para algunas candidatas queridas que completan su PhD incluso durante campaña, alguna ciencia hiciese parte de nuestro quehacer cotidiano.

Dice la sabiduría popular que no hay que cruzar un río, por pequeño e inofensivo que parezca, cuando ha llovido la noche anterior o se ve hojarasca abundante bajando por la corriente: es seguro que se avecina una creciente. Miles de personas han perecido ahogadas por ignorar este consejo o, peor, conociéndolo, no aplicarlo en el momento requerido. “Eso no pasa nada”. Hoy día hay satélites transmitiendo información en tiempo real y computadores comparándola con la historia para precisar patrones de comportamiento climático en todo el mundo: si bien no se puede predecir en qué momento surge, se consolida y hacia dónde se mueve un huracán, sabemos en que épocas se forman, qué probabilidades haya de que sean monstruosos, cuales son sus trayectorias potenciales y con ello, tomar las medidas adecuadas.

Las ciencias sociales y la ecología se unieron hace bastante tiempo para interpretar, de la manera más sencilla, las señales de cambio que en un territorio indican una trayectoria de riesgo ambiental. En Colombia, el maestro Andrés Etter lleva décadas enseñándonos que todo el ordenamiento territorial y la planificación de la sostenibilidad se construyen con base en la interpretación de los efectos acumulados de las transformaciones del suelo, el agua, la vegetación (silvestre o cultivada) y la construcción de infraestructura, también analizables desde un satélite o desde el pico de una montaña en un día soleado.

Ese es el quehacer de la ecología del paisaje, que lejos de ser un instrumento de anaquel es probablemente la mejor opción para identificar los huracanes en camino, creados o no por la humanidad. No se requiere un PhD para saber que la deforestación en las montañas andinas, tan loada como gesta productiva y cultural (campesina o empresarial), es la causante de la pérdida de navegabilidad del Magdalena, con la que se busca mover las mismas vacas que se comen las laderas: la economía circular de lo vicioso.

Tal vez lo exótico de la ecología del paisaje provenga de sus cualidades semióticas: revelan hasta qué nivel hemos escogido ser ciegos, hasta qué punto nuestra irresponsabilidad nos hace lanzarnos al agua arrogantes en cualquier piragua a desafiar una tormenta y, por supuesto, cuáles son los nombres y apellidos de quienes, en su ignorancia o ambición, se hacen capitanes y nos arrastran a la locura… Porque serán recordados quienes hicieron de la destrucción del mundo su fortuna, tan letal como efímera, y los nombres de quienes fueron cómplices de crear las normas y planes que les cobijaron.

Amanecerá y llegará el próximo fenómeno de La Niña, con sus diluvios, sus avalanchas. Y casi con certeza serán los próximos gobernadores y directores de corporaciones autónomas quienes lo enfrentarán; para que lo piensen dos veces antes de continuar en campaña o en el momento de estructurar sus programas de inversión, a veces más exóticos que el conocimiento inútil.

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