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Analistas 03/04/2019

Estilos de jefes… ¿cuál es el tuyo?

Alfonso Aza Jácome
Profesor de Inalde Business School
Analista LR

Llega el momento mágico de dirigir. Entras en la sala de juntas, donde hay un grupo de personas sentadas esperándote. Ocupas el lugar preeminente de la sala. Saludas y haces un pequeño gesto. De repente, comienzan a presentar datos de tu compañía que sirven para precisar los problemas y buscar alternativas de solución que se plasman en importantes decisiones que afectarán a muchas personas. Es fantástico. Y es tentador pensar que todo gira alrededor de ti mismo. Todos esos profesionales increíbles te necesitan para conseguir los resultados. Pero no. En realidad, no. A menudo, ni siquiera necesitan jefe. ¿Qué pasa entonces con el jefe? ¿Qué pueden decir sobre lo que haces en realidad?

Ser el jefe es ser el que manda, sin más. Aunque ahora los empleados ya no quieren ser subordinados, ni cumplir como autómatas lo que el jefe mande. Para eso ya están las máquinas. Los empleados quieren ser felices en sus puestos de trabajo, desarrollarse y sentir que forman parte de una organización de iguales. Por eso, es muy importante entender cuál es el estilo de dirección, según sea la manera de utilizar el poder:

Controlador: el origen del control suele ser el temor y la desconfianza. Debes hacer lo que dice el manual de funciones: todo está ahí. Simplemente hazlo. No cabe la interpretación. Se trata solo de ejecutar lo previsto, no hay nada que discutir. Por lo general, el jefe controlador recurre a la instrucción demasiado explícita o microgestión que desemboca en la falta de originalidad. Para este tipo de jefes los subalternos son instrumentos para alcanzar resultados. Pero, tarde o temprano, esos empleados lo abandonarán.

Inexprexivo: el jefe dirige desde el mutismo y la ausencia. Espera que su equipo pueda “leer su mente”. En el mejor de los casos, solo arroja un montón de consejos aleccionadores y luego se desentiende. No hay instrucciones claras. Los que guían a los demás son los “líderes subalternos”. El jefe piensa que el peor daño que podría causar es dar una instrucción clara, porque eso impediría la unión, así como escucharse unos a otros... Pero, en el fondo, solo significa que nadie tiene autoridad para cambiar nada, salvo él mismo.

Protagonista: el subalterno es aparentemente autónomo y, por lo tanto, se siente motivado por su trabajo. Pero, en realidad, el jefe controla el proceso y las condiciones en las que ocurre ese proceso manteniendo a los empleados en una constante tensión. Comienza entonces una “montaña rusa de emociones”. Lo curioso es que la montaña rusa no existe realmente. No es algo real. Solo está en la mente de los empleados. Es todo muy emocionante, pero desgasta tanto que acaba por consumir todas las energías.

Inspirador: el jefe está ahí al cien por cien, pero no mandando, ni diciendo lo que hay que hacer. Más bien disfrutando con lo que está haciendo cada uno de sus directivos. El protagonismo es de los miembros de su equipo que descubren cómo contribuir, motivados por la confianza que han depositado en ellos. Es la diferencia entre mandar y liderar. Ahora, lo importante es el sentido, el para qué de las cosas, que permite hacer el trabajo buscando la perfección en la tarea. Es llegar a ese punto maravilloso de “hacer sin hacer”.

¿Cuál es el tuyo?

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