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El bajo perfil ha muerto, nadie puede estar en silencio en medio de una auténtica era de la información, pero para los gobernantes es un imperativo no caer en la tentación del click
Todavía está fresco en la memoria de los colombianos el video del expresidente Iván Duque felicitando a las fuerzas militares por haber neutralizado al líder guerrillero, alias Iván Mordisco, quien pocos meses más tarde aparecería más vivo que nunca iniciando un proceso de paz total con el actual gobierno.
En la misma línea entró el presidente, Gustavo Petro, quien afanosamente y sin ningún rigor le informó al país que los niños perdidos en la selva, luego de un penoso accidente aéreo, habían sido ubicados por las fuerzas militares.
Los dos hechos sucedidos en menos de un año nos dicen que hasta los presidentes caen en las falsas noticias muy a pesar de que cuentan con todas las herramientas para contrastar la información, corroborarla y verificarla antes de sacarla ante la opinión pública.
El mismo pecado lo están cometiendo miles de tiktokers, youtubers, podcasters, instagrammers y todos los influencers, más otros medios de comunicación nativos y tradicionales, que han caído en la fiebre de las redes sociales de informar sin comprobar, mucho menos medir las consecuencias de sus afanadas decisiones informativas.
La era de la información por la que atravesamos ha permitido que los emisores de noticias sean todas las personas con iniciativa apalancadas en plataformas digitales gratuitas que permiten la difusión de mensajes sin ningún tipo de responsabilidad.
Y así debe ser, la libertad de información o de prensa debe cobijar a todas las personas sin ningún tipo de discriminación; es un error monumental pretender ponerle filtro al contenido legal generado por los usuarios de los teléfonos celulares, tabletas o computadores personales; el negocio de informar se ha difuminado y no puede ser exclusividad de algunos como sucedía en otras épocas.
Está en decisión de cada uno de los consumidores o receptores escoger, determinar y sacar sus propias conclusiones a la hora de consumir información. La información es un comodity que debe estar al alcance de todos, el costo que cobren los emisores por elaborar contenidos de calidad lo determinará el prestigio, la credibilidad y la experiencia de quien emita un mensaje.
Poco a poco se irán filtrando los buenos contenidos objetivos y veraces, que a su paso desnudarán las noticias vendidas, interesadas, patrocinadas y los reportajes publicitarios. Pero una cosa es la labor de los medios de comunicación y los protocolos que existan en cada empresa informativa y otra muy distinta la comunicación de un presidente, alcalde o gobernador.
Si bien el bajo perfil ha muerto y todo lo que no se diga o se informe, a modo propio, será llenado por la competencia o los detractores, es crucial que se entienda cuando un post, tweet o reel tiene consecuencias en la sociedad o en las empresas. La información eventual está categorizada, vigilada y autorizada por las superintendencias dado su alto impacto en los mercados; lo mismo debería suceder con los mandatarios, quienes no pueden dejarse seducir por el click ni entrar en un proceso de desinformación sin que nada ocurra.
Las autoridades locales, regionales y nacionales no pueden ser una caricatura de influencers ni pretender ser celebridades de Twitter, YouTube, Instagram o TikTok, deben ser responsables, armar estrategias de comunicaciones que no sean inferiores al reto de llevar las riendas de un país, ciudad o departamento.
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