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El Presidente Petro genera su primera crisis ministerial a solo ocho meses de mandato y da pasos hacia una peligrosa mutación en medio del calvario de las reformas propuestas
La próxima semana el Gobierno Nacional cumple sus primeros nueve meses de administración y ya cambió una buena parte de sus ministros, entre ellos, algunos muy cruciales en medio de tres reformas estructurales propuestas y en camino de hacerse leyes: salud, pensiones y laboral. Salieron tres jefes de cartera que gozaban de más o menos credibilidad, experiencia y conocimiento.
Hablamos de Hacienda, Agricultura y Salud. A la ministra Carolina Corcho no hay que hacerle mucho duelo, pues es bien ida, muy a pesar de su supuesto conocimiento del sector que lideraba, le hacía falta olfato político, negociación sectorial y una buena dosis de credibilidad.
A Cecilia López, la jefe de la cartera del Agro, le sobraba credibilidad, experiencia, pero no era muy ejecutiva en una entidad de casi 20 entidades adscritas que requiere una transformación urgente. Puede ser una gran pérdida para el Gobierno Nacional, sobre todo porque no dividía a los todopoderosos gremios agropecuarios que disfrutan de los parafiscales.
Y el último cambio que comentar es el de José Antonio Ocampo, el flamante ministro de Hacienda, que pasará a la historia por sacar adelante una reforma tributaria billonaria en medio de una crisis económica y sobre quien reposaba la ortodoxia en el manejo de los fundamentales.
En su orden, Ocampo era el activo más valioso en términos de credibilidad del Gobierno Nacional, un viejo conocedor de los pasillos de la banca multilateral, la academia internacional y los tejemanejes de las firmas calificadoras de riesgo.
Los otros cuatro ministros que también salieron de sus cargos (Interior, Ciencia, TIC y Transporte) eran consecuencia o se explicaban desde los arreglos políticos, a lo que se sumaba su bajo desempeño ejecutivo y errores garrafales en su corta gestión, que pusieron a la administración Petro en medio de tormentas que nunca debieron suceder.
Quienes llegan a esos cargos para remplazar los bien y mal idos, deben entender que el cargo es efímero, que es crucial desarrollar credibilidad como el activo más importante de su gestión; que la experiencia no se improvisa y que el conocimiento solo vale si se pone a prueba o construye.
Las encuestas de opinión muestran que al Gobierno Nacional se le esfuma la aceptación, favorabilidad o popularidad y que el orden de los problemas debe cambiar. En nueve meses, por ejemplo, el costo de vida, la tasa de cambio y el desempleo siguen siendo los problemas más graves y preocupantes para la economía familiar, a lo que se suma la rampante inseguridad en todos los rincones del país, que puede ser consecuencia de un profundo problema económico también asociado al narcotráfico en todos sus niveles; sumatoria de situaciones que tienen agobiada a Colombia y que no se ve en el panorama un líder que entre a solucionar esos problemas.
Lo que más preocupa es que quienes rodean al Presidente no hagan bien su papel de cara a un país mejor, la construcción de una sociedad en evolución y una economía pujante, sino que el resentimiento, la destrucción y el revanchismo rijan sus actuaciones. El tiempo está pasando, hay unas reformas en el Congreso que deben ser consensuadas; hay elecciones regionales en el corto plazo que son determinantes, más un compromiso vital con más de 21 millones de colombianos en pobreza, que necesitan un país unido en modo progreso, no destrucción.
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