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EDITORIAL

Minga, bella palabra indígena desvirtuada

sábado, 4 de noviembre de 2017

La minga no siempre debe solucionarse prometiendo tierras que luego son olvidadas para ir a la ciudad condenando a los pueblos al subdesarrollo

Editorial

Minga es una palabra de uso ordinario en el pueblo Misak ubicado en las montañas del oriente del Cauca en el municipio de Silvia. Se usa para convocar una ayuda de la comunidad en trabajos duros que requieren muchas horas de esfuerzo. Una familia pedía “minga” para reconstruir su casa, sembrar papa o maíz, igual sucedía en tiempos de cosecha, siempre que se necesitara abundante mano de obra gratis.

En esa época era trabajo colaborativo que se devolvía en el futuro, una suerte de hoy por tí, mañana por mí. Esa era la usanza de la palabra antes de los años 80 cuando aún el pueblo Misak se llamaba Guambía. Poco a poco llegó la recuperación de tierras para resguardos, acción que no era otra cosa que irrumpir en la propiedad privada con violencia. En el oriente del Cauca se volvió pan de cada día convocar una minga para invadir una finca, todo esto bajo la mirada complaciente de los gobiernos de turno y el temor al accionar de los grupos guerrilleros. Fue así como “hacer minga” se convirtió en un llamado para invadir tierras, protestar por todo, cerrar la vía Panamericana y bajar de las montañas para reclamar tierras planas al sur del Valle del Cauca.

En los años 90, la minga llevó a un guambiano a la Gobernación del Cauca bajo el slogan “en minga por el Cauca” y un miembro de esa comunidad logró ser constituyente. Los otros indígenas y campesinos copiaron la estrategia y empezaron la reinvindicación de sus propios intereses y se desató una gran ola de creación de resguardos que exigían tierras para poder desarrollar el mandato constitucional que protege los pueblos autóctonos, incluso sin serlo.

No todos los que piden tierras a la brava son indígenas, muchos son colectivos sociales desprotegidos o abusivos; casi ninguno tiene lenguas propias, ni usos culturales distintos, son colombianos comunes y corrientes. Se dan casos de venta de tierras entregadas a resguardos a finqueros para ser explotadas o para construir fincas de recreo. La fórmula de crear resguardos sin identidad cultural se volvió una práctica en Cauca y ya llega a Huila, Nariño y Valle. Hacer minga para recibir tierras, gratis, así no sean indígenas, se convirtió en una forma de vida.

De los 29.308 kilómetros cuadrados que comprende el departamento del Cauca, 5.312 kilómetros cuadrados pertenecen a resguardos, tierras que otrora fueron explotadas para la agroindustria. Hoy, el Cauca es uno de los departamentos más pobres a pesar de que la entrega de tierras ha sido generosa. No solo se trata de entregar fincas, sino de hacerlas trabajar.

En la actualidad muchos de los pueblos ancestrales caucanos permanecen en modo minga, que no es otra cosa que estar siempre atentos a protestar por cualquier cosa en Popayán, Cali, Bogotá, dejando olvidadas las tierras recuperadas desde los años 80. El punto es que todas las personas del suroccidente colombiano no pueden seguir desprotegidas por el Estado, en medio de las protestas indígenas y el accionar de los grupos guerrilleros.

El capítulo de tierras del posconflicto no ha avanzado y menos aún lo que tiene que ver con campesinos e indígenas, dos grupos sociales que no necesariamente se pueden juntar. Ojalá el Gobierno entienda mejor el problema del suroccidente para que no aplique fórmulas que empobrecen las comunidades y condenan al subdesarrollo a los pueblos.

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