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EDITORIAL

Hay que atajar una inflación de dos dígitos

martes, 8 de marzo de 2022

Los datos de la variación mensual de precios no son buenos, el IPC ya va en 8%, sin recibir el impacto de la crisis de Ucrania y con remedios tardíos como es la reducción de aranceles

Editorial

El fenómeno inflacionario se cernía sobre la economía global desde comienzos del segundo semestre del año pasado, era una situación previsible que solo ocurre en tiempos de posguerra, eso dicta la historia. Si se mira lo sucedido con la variación de precios al terminar la Primera y Segunda Guerra Mundial, hipótesis que certificaba que el impacto de la pandemia sobre la economía global fue de tal magnitud, era de esperar que todo se repitiera. Y las economías debían haberse preparado con antelación para enfrentar tal situación que acompañaba el rebote de los crecimientos. Ni la pandemia, ni el ataque de Rusia sobre Ucrania son estrictamente cisnes negros, en términos de Nassin Taleb, por el simple hecho de que ambas situaciones lamentables debería haber sido previsibles por los gobernantes, estudiosos sociales y hacedores de políticas públicas; era obligación de los economistas prever lo que iba a suceder en el mundo, pues los elementos estaban allí nítidos.

Ahora hay poco margen para actuar: los bancos están en plena subida de tasas de interés; los gobiernos están bajando aranceles para satisfacer una demanda atascada por la pandemia y los productores agropecuarios amarrados a los ciclos de los cultivos y asfixiados por los altos precios de todos los derivados del petróleo. Las cifras son alarmantes, en Colombia la variación de precios de los alimentos durante los dos primeros meses del año es de 23%, una de las más altas de las últimas dos décadas, problema que desnuda la falta de eficacia de las políticas públicas en el sector agropecuario local, que nunca ha podido poner a andar el inmobiliario de bienes públicos al servicio de la productividad agropecuaria como son las centrales de abastos en los pueblos, distritos de riego, acopios comunitarios y las aún atrasadas vías terciarias que permitan abastecer las grandes ciudades desde el campo.

En otros países más productivos y competitivos en el sector agropecuario, están parando las exportaciones, para lograr mayor abastecimiento interno: es decir, no venden la carne a otros países, ni el trigo, ni los abonos, primero atienden el mercado local. Acá no se puede dar esa orden ejecutiva porque en varios de los productos de la canasta básica no se es autosuficiente y hay que importar, por ejemplo, el caso de las lentejas, los fríjoles o el maíz. No se trata de echarle toda la culpa a los codirectores del Banco de la República, ni poner en tela de juicio el papel de sus estudios y documentos que prepara la gerencia técnica o el equipo de investigaciones, es alertar a la politización de todas las esferas productivas y al inexistente trabajo transversal entre ministerios, Casa de Nariño y el Emisor en el tema de la inflación, que es un asunto denso, especializado y complejo, pero es el más importante durante esta coyuntura.

Es un imperativo lograr que la inflación no llegue a dos dígitos para que las personas de más bajos ingresos no se vean sumidas más en la pobreza. La rebaja de los aranceles para aminorar la escalada de los precios no solo fue tardía, sino lenta en su entrada en vigencia; el control inflacionario no solo se trata de mover las tasas de interés, hay que dotar al país de una estructura agropecuaria más sofisticada, pues el golpe duro de las alzas son cosas tan básicas como la carne, los huevos o la leche, y eso no es de tasas de interés, es jugársela por la productividad del campo.

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