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Ir de lo general a lo particular es preciso para hacer prospectiva y lograr predecir con algún grado de efectividad cómo puede cerrar este 2024 que está más frenético de lo esperado
En pocas semanas se empezará a hablar con mayor frecuencia de “este” segundo semestre del año, y con el paso de los días, del cierre de 2024. Es el inevitable paso del tiempo, y el tiempo lo cura todo, lo arregla, o profundiza los daños.
El acontecer mundial está marcado por los conflictos sin solución a la vista en Ucrania e Israel, dos países cruciales para Europa y Estados Unidos, no tanto para las nuevas potencias emergentes de China e India.
En la región hay gran expectativa por lo que suceda en México ad portas de sus elecciones presidenciales, en un enorme mercado que cada vez más se acerca al primer mundo vía vecindario con el motor de la economía mundial y muta como un milagro económico que pisa con fuerza en la industria tecnológica; un Brasil que estabiliza su poder en el continente y se rinde ante ideas semi-socialistas de un Lula que no ha perdido su estilo de respeto por el sector privado, pero con responsabilidad social.
La tercera economía de la región está más expuesta que nunca, sin resultados concretos de lo propuesto por la cartilla Milei y expuesta -como siempre- a un peronismo agazapado especializado en meter palos en la rueda al desarrollo argentino.
En Colombia, para ir a lo particular, es menester tratar de visualizar la cada vez mayor debilidad del Gobierno Nacional para hacer grandes transformaciones sociales a poco más de 24 meses para terminar el mandato. Es un mundo que obliga a entender cómo evolucionan los problemas para poder medir las curvas que se vienen en adelante.
A Petro le faltan poco más de 80 días calendario para poder sacar adelante al menos una de sus reformas estructurales (pensional, salud, laboral), como quien dice, para no perder dos años de mandato; valga la pena decir que en los cuales ha sacado solo una reforma contributiva gracias a que, en ese momento, se rodeó de un gobierno de unidad nacional donde logró una tributaria que superó los $20 billones.
Los escándalos de corrupción, la inoperancia de los ministros, la falta de ejecución de sus funcionarios y la cada vez más preocupante escalada de violencia en el suroccidente del país, obligan a pensar que son problemas crónicos que, si no se arreglaron durante los dos primeros años, mucho menos va a suceder de aquí a agosto de 2026.
El problema de las migraciones, el bajo crecimiento de las economías desarrolladas, la escasa generación de empleos formales y el notable salto digital en muchos de los procesos sociales e industriales, para no hablar del componente que representa la inteligencia artificial, obligan a ver un mundo que se tiene que bifurcar, en una suerte de carrefour, cruce de caminos, una Y, que separe las hojas de ruta de los políticos y los empresarios.
Algunos comentadores profesionales en Colombia lo denominan “peruanización”; se refiere a la capacidad que tenía, hasta hace un par de años, la economía peruana de que muy a pesar de sus permanentes crisis políticas (léase seis presidentes en seis años), el crecimiento económico, sus exportaciones y la disminución de la pobreza iban por otro camino. Algo así como “la economía va bien, pero el gobierno va mal”.
Problemas que no tienen solución dejan de ser problemas, pero primero hay que tratar de que -en el caso colombiano- la empresa privada deje de depender de la normatividad y pueda avanzar sin un gobierno de turno que todo lo frene.
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