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EDITORIAL

El tránsito de manufactura a mente-factura

sábado, 30 de noviembre de 2013
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La Economía Naranja es una oportunidad infinita para el mundo moderno en el presente y en el futuro.

Competitividad, emprendimiento e innovación, son expresiones de moda que se aplican a todo. Académicos, tecnócratas y consultores se encargan de sofisticar su significado para ganar espacio y sin caer en suspicacias, es una obligación de todos ellos, de los gobiernos y de los organismos que apoyan los programas, aterrizar los modelos y formulaciones teóricas para que sean entendidas por los ciudadanos del común, los pequeños empresarios, de quienes están en proceso de formación y que un día estarán al frente de las organizaciones públicas y privadas.

Nuestro país ha sido víctima de esa generalización. Han faltado elementos para atender la demanda mundial de bienes y servicios, más allá de las mercancías tradicionales. Por eso estamos enfrentados a una especie de sin salida y al vaivén de los precios de las materias primas y productos terminados. Incluso la política económica se fundamentó en las mismas tendencias sobre las que no se tiene control. Esos movimientos exógenos pueden producir daños muy grandes a la estructura productiva de un momento a otro, y lo más grave, sin una capacidad de reacción para enfrentar la adversidad.

La educación está montada sobre bases de formación para que los egresados salgan a buscar un trabajo o un empleo asalariado y poco a estimular la creatividad e innovación como fórmulas concretas de montar empresas nuevas y generar riqueza, que finalmente es lo que aumenta el bienestar de la sociedad y permite al Estado tener los recursos para atender las necesidades de los más pobres.

Por eso hay que aplaudir la iniciativa impulsada por el Banco Interamericano de Desarrollo, la Fundación Santillana y con el apoyo del Gobierno, para estimular el desarrollo del conocimiento como insumo de una nueva forma de economía productiva en el que caben bienes y servicios que se fundamentan en la propiedad intelectual, como artes escénicas y visuales; artesanías; cine; diseño en distintas formas; juegos y juguetes; moda; música; publicidad; software; televisión; radio; videojuegos y muchas otras.      

“La economía creativa, la Economía Naranja, representa una riqueza enorme basada en el talento, la propiedad intelectual, la conectividad y por supuesto, la herencia cultural de nuestra región”, es el principio de un sugestivo libro de Iván Duque y Felipe Buitrago, que acaba de ser lanzado, bajo el título “La Economía Naranja,  una oportunidad infinita”. ¿Naranja? Según los autores, ese es el color más feliz.

Sin duda que ese renacer del conocimiento, de la creación de valor por la vía del talento individual, más allá del producido en serie por los equipos físicos, permitirán una nueva forma de riqueza material, una especie de paso de la manufactura a la mente-factura. Y de paso trae felicidad.

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