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En el Congreso de los Cafeteros se debe trazar la hoja de ruta para la reinvención de la ruralidad colombiana.
El Congreso Nacional Cafetero es de lejos el evento gremial más importante de Colombia, no solo por lo emblemático para la ‘identidad-país’, sino por las implicaciones económicas para la ruralidad y el posconflicto que se avecina. Son medio millón de familias en 23 departamentos que dedican sus vidas a cultivar el grano y un millón más quienes viven de actividades, que de una u otra manera, dependen de la industria y el comercio cafetero. Lo más valioso es que son unos 400.000 cultivadores que han construido a través de varias generaciones una institucionalidad que es modelo en la región, no es sino revisar las últimas elecciones cafeteras que se realizaron hace un par de meses, en donde el fortalecimiento de la democracia fue la mejor cosecha y como nunca antes había sucedido, a las líneas directivas ingresaron varios opositores al manejo de la misma Federación. Ahora estos críticos pueden opinar desde adentro y con sus ideas y posturas de renovación hacer que la cultura del productor cafetero se mantenga y siga construyendo país.
Es justamente esa la primera lección que le brindan las cafeteros a los demás gremios económicos, que una cosa es hacer política gremial y otra muy diferentes política partidista. La actual dirigencia gremial, especialmente la agraria está anquilosada a través de mañas clientelistas que no permiten el disenso interno. Por lo contrario, las elecciones pasadas de los cafeteros permitieron cambios que se están sintiendo en un marco democrático, pero todo dentro de la racionalidad. La Federacafé es quizá el gremio que mejor maneja los parafiscales destinados para ellos, se nota en la producción cafetera, en su centro de investigación científica y en la actividad de comercialización que ha dado beneficios a través de la historia. Ningún gremio puede mostrar instituciones de la talla de Cenicafé y mucho menos como las tiendas Juan Valdez de Procafecol. Lo más parecido en su éxito es Colanta, una cooperativa que sin impuestos parafiscales ha logrado una multinacional que beneficia miles de pequeños productores lecheros.
El cultivo del café tiene un papel estelar en el posconflicto, en su democracia gremial, en su cooperativismo implícito y en la identidad rural, hay mucho para entregarle al país. Antes existía la idea que donde había café (más bien Federación) la guerrilla no entraba y mucho menos los cultivos ilícitos o los narcotraficantes. Ese credo se rompió, pero dejó las bases de una cultura que tiene mucho para aportarle al país en paz, sin grupos alzados en armas que desplazan pequeños microempresarios rurales que están dispuestos a construir país desde el campo. Ojalá el Gobierno y cafeteros logren sacar, de este Congreso Nacional, una hoja de ruta para el futuro.
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