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Vuelve y rueda la ilusión del metro para Bogotá, la diferencia ahora es que no hay disculpas para no hacerlo y ponerlo a andar.
El próximo martes, 1° de marzo, se cumplen 62 años desde que apareciera en la primera página de este diario una noticia sobre los estudios para el metro de Bogotá. A partir de ese momento, la historia de esa obra fundamental para la infraestructura de la capital de todos los colombianos, ha estado marcada por promesas, ilusiones, corrupción e incertidumbre, pero sobre todo de mucha mediocridad de todos los concejales y alcaldes que han administrado la ciudad desde entonces. No era para menos, ahora vuelve y juega el tema y el Alcalde Mayor de turno desbarata la idea de su antecesor (con razón o sin razón, solo la historia lo dirá) y nos pinta a todos los habitantes de Bogotá un metro elevado de 15 kilómetros del recorrido. La diferencia con sus antecesores es que tiene grandes recursos que se aproximan a los $14 billones, una cifra con la que el Distrito nunca había contado; este gran detalle marcará la diferencia, ojalá así sea, y pronto veremos como una realidad la primera línea sobre nuestras cabezas.
Mientras en otras ciudades capitales de la región, el metro va a ser una realidad que transforma sus vidas en los próximos cinco años, como Quito, Panamá y Santo Domingo, en Bogotá (de casi 10 millones de habitantes), nuestra dirigencia no ha podido hacer nada, siempre hemos caído en el mismo juego político de “vencedores y vencidos”, mientras el usuario ordinario del transporte público tiene que verse obligado al imperio del mal servicio de los buses, muy tradicional en Bogotá. No hay derecho que ya existiendo el modelo de financiación de 70% de la Nación y 30% del Distrito, las cosas no hayan avanzado a la velocidad que la competitividad de la capital exige.
Es un imperativo que la nueva propuesta del alcalde Peñalosa, garantice interconexión entre los abarrotados buses de Transmilenio y las líneas que se vayan proyectando en los años venideros. La capital cuenta entre sus haberes, más de una veintena de estudios de expertos con varios trazados de las líneas, pero nunca se ha logrado ni hacer un solo centímetro del anhelado metro, incluso en varias administraciones ha existido un gerente de metro y se ha viajado por todo el mundo para conocer de cerca los modelos de operación que algún día va a disfrutar la ciudad. Si la violencia física partidista destruyó una buena parte del tranvía de los años 40, la violencia retórica de las últimas administraciones le han negado a Bogotá contar con un sistema digno de transporte.
En un comienzo, el Transmilenio fue una buena copia de una solución eficiente puesta en marcha en ciudades brasileñas, pero con el paso del tiempo se fue bogotanizando y autodestruyendo, para acabar como la colcha de problemas en que se ha convertido hoy. Si Bogotá quiere avanzar en el siglo XXI, mejorar y ser una ciudad competitiva con calidad de vida, debe poner a andar el metro cuanto antes.
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