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No es sano el tira y afloje entre dos buenos socios como lo han sido el Grupo Energía Bogotá y Enel, una pelea que puede dañar gravemente el patrimonio de los bogotanos
Por estos días se libra una guerra de socios muy silenciosa que ha involucrado a políticos locales, inversionistas extranjeros y altos ejecutivos de empresas distritales. Para nadie es un secreto que poco a poco se deterioran más las relaciones entre los dueños de Codensa, del Grupo Energía Bogotá (GEB) y la multinacional italiana, Enel. Su relación no pasa por un buen momento lo que ya se empieza a sentir en la calidad del servicio público: apagones más frecuentes, mantenimiento deficiente, enredos de cables aéreos en toda la ciudad y auténticos bosques de postes de energía que se siembran sin ningún control. Y es que Codensa, (51,3% del GEB y 48,3% de Enel, compañía controlante) ha ido perdiendo bogotanidad, sentido de pertenencia y trabajo hombro a hombro con la Alcaldía y los gremios empresariales, convirtiéndose en un foco de preocupación por sectores sociales. No se puede aceptar que la baja inversión en mejoramiento continuo del servicio, termine reeditando una situación parecida a la vivida en la Costa Caribe con Electricaribe, en la que las nulas inversiones españolas en el mantenimiento y en un buen servicio llevó al traste a la empresa, con un par de grandes diferencias y es que en Bogotá son pocas las conexiones piratas y existe la cultura del pago.
La Alcaldía Mayor en cabeza de Claudia López debe tomar cartas en el asunto para preservar no solo el patrimonio de los bogotanos en el GEB, sino para que no se incube un problema mayor de grandes proporciones. No se puede aceptar que se empiecen a cambiar las reglas de juego firmadas con los primeros inversionistas extranjeros ni que políticos al servicio de oscuros intereses manipulen las oficinas de control y vigilancia. La Alcaldesa tiene la oportunidad de poner un contralor distrital sin aires o componentes politiqueros que verdaderamente trabaje para los bogotanos no para castas políticas que han manejado a Bogotá a sus antojos, y que quieren usar puertas giratorias como si los bienes públicos hicieran parte de sus herencias personales.
La gran diferencia entre Bogotá y Medellín, independientemente del tamaño de los mercados y de los aportes al PIB, es que la capital antioqueña protege sus empresas públicas, las desarrolla y las blinda de manipulaciones empresariales y políticas; en cambio en Bogotá hay mucho desarraigo y poco interés por lo que sucede en el manejo de Codensa, el GEB o la ETB, solo para nombrar algunas compañías distritales importantes. Esto no quiere decir que no se sea amigo del capital externo en las empresas locales, por el contrario, bienvenido sea un buen socio inversionista para la ETB, el Acueducto o más empresas privadas en el servicio de aseo. El punto es que debe haber respeto por los compromisos adquiridos con los bogotanos y cumplir a cabalidad con las inversiones necesarias, la expansión de la empresas en energías renovables y el trabajo conjunto con los mandatarios de turno. Es imperativo que la Alcaldía de Bogotá de pasos importantes en materia de generación solar y eólica, antes de que la generación hidráulica sea más costosa o entre en crisis por problemas de aguas. Muchas ciudades del mundo han avanzado en edificios autosuficientes, tal como lo hacen los vehículos de transición, pero para eso las empresas públicas dedicadas a esos servicios deben empezar a cambiar para no quedarse por fuera.
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