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Hacer populismo con las pensiones es uno de los peores errores que se pueden cometer en tiempos de cuarentena, caer en la tentación de gastarse los ahorros es un craso error
El rastro de destrucción y muerte que va dejando a su paso el covid-19 es lamentable, pero peores serán las consecuencias que el virus dejará en la economía del país, y lo más preocupante, de las familias. El desempleo llegará a cerca de cinco millones de colombianos el próximo mes y la informalidad superará la mitad de la economía en el segundo semestre; al tiempo que la deuda externa será cercana a 55% del PIB cuando este dramático 2020 llegue a su final; eso sin dejar pasar desapercibido el ineludible crecimiento negativo que tendrá el PIB este año a la luz de los expertos; de lejos es el peor panorama en muchos años y del cual será bien complicado reponerse en el mediano plazo, porque en el corto ya no fue. Pero más allá de las frías cifras macroeconómicas, que poco dicen sobre las finanzas personales, está el dañino populismo que se está haciendo con las pensiones de los colombianos que de alguna manera se habían estabilizado desde hace casi 25 años con la polémica y efectiva Ley 100, que gracias a ella y a la estructura que le brindó al país, el sector salud ha sabido responder a la pandemia, muy a pesar de las vicisitudes inherentes al servicio y al lastre originado en que nunca fue reglamentada más allá de la avalancha de tutelas que han ido deformando una iniciativa ejemplar si se compara con Chile, Ecuador o Perú, países que están rehaciendo la salud privada y pública. Y como dicen los defensores a ultranza del régimen público de pensiones o de prima media, “el Estado nunca ha dejado de pagar una pensión”, porque el ahorro pensional se ha convertido en una verdadera institución en Colombia, en donde han sabido convivir dos sistemas, uno público y uno privado que hasta el momento tienen pensionados a 1,4 millones de personas y a unos 190.000, respectivamente; dando muestras de que las cosas funcionan grosso modo, pero hay que ir haciendo los ajustes pasadas casi tres décadas. El primer tornillo que hay que apretar es subir y nivelar la edad de pensionarse, pues a todas luces es ilógica cuando la expectativa de vida ha subido. Además es totalmente injusto con las mujeres que tengan que jubilarse a los escasos 57 años cuando tienen un largo periodo laboral por delante.
La reforma pensional se está haciendo bajo la mesa y eso no está bien; se está pretendiendo pasar a unas 350.000 personas al régimen público para poder disponer de su ahorro y beneficiarlos de paso con los subsidios que tiene la prima media; una acción contradictoria pues los enemigos del sistema quieren acabar con esa asimetría. Nadie entiende por qué se va a obligar por un decreto a que quienes decidieron hacer un ahorro individual y jubilarse cuando lo deseen tengan que pasarse obligados a un sistema paralelo que les impone cumplir 1.300 semanas como mínimo y haber cumplido 62 años para los hombres y 57 para las mujeres. Vivimos otra época y las personas tienen mayor formación económica y hay muchos que están en ese “régimen de transición” que no desean bajo ninguna circunstancia esperar hasta esa edad para disfrutar de sus ahorros. El otro bemol de esta manipulación de las pensiones es ilusionar a las personas con la idea de sacar su aporte pensional, volver el ahorro de toda la vida plata de bolsillo para sobreaguar la pandemia y dejarlos colgados cuando llegue la vejez. Por favor, no más populismo con las pensiones, ni paso obligado a Colpensiones, ni gasto apresurado de los ahorros para el mañana.
El Nobel para Robinson, Acemoglu y Johnson lo reciben por su trabajo académico, que es muy amplio, en el que resaltan el rol institucional en la economía, pero eso solo no es suficiente
La informalidad laboral se mantuvo en 56% durante el trimestre entre junio y agosto, un flagelo para las familias al que el Ministerio de Trabajo no le pone la suficiente atención