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Analistas 05/07/2014

Tarjeta roja para una identidad endeble

Analista LR
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¿Cómo hacer para que estos días fantásticos de tregua con nuestra realidad, de abrazos entre amigos, de afonías matinales por gritar excesos de goles, se vuelvan algo más común y no una realidad efímera cada 16 ó 24 años?

Luego del famoso 5 - 0 en Buenos Aires, quién iba a creer, por ejemplo, que vendría el enorme fracaso de USA 94, el desempeño lánguido de Francia 98, y luego la sequía de tres mundiales seguidos con unas eliminatorias entre malas y mediocres. Sin duda hay diferencias sustanciales entre lo de hoy y lo de fines del siglo pasado. Qué revelador comparar las imágenes iniciales de los partidos en USA 94 con Higuita muerto de la risa, Asprilla mascando chicle, y todos los demás musitando a medias o callando mientras sonaban las notas del himno nacional, con estos muchachos de hoy entonando esa misma canción a dos pulmones, con los ojos cerrados y siguiendo a capella cuando el sonido en el estadio paró al terminar la introducción.

Luego vino esa seguidilla gloriosa de cuatro partidos en victoria, con casi tres goles por cotejo, con fair play e imágenes entrañables como la de Mondragón entrando al final del juego con Japón, o en ese mismo lance, Cuadrado, Balanta, Teo y Guarín consolando al japonés Nagatomo, lloroso en la derrota. En el momento en que esta columna sale a la luz es altamente probable que Brasil nos haya devuelto a casa y no por razones futbolísticas sino por las del peso de la tradición, de la inercia triunfadora que tan a menudo les funciona y de la negación terca y subconsciente de la derrota como opción. Esto, sin mencionar otras posibles razones arbitrales...

Sin duda, las cosas han cambiado, pero no tanto, y por eso la pregunta con que arranca esta columna. Y digo que las cosas no han cambiado mucho, porque paralela a la magia desplegada en el campo de juego, nos tocó ver con toda la vergüenza, cómo el país acomplejado, el que vive atormentado porque nos llamen narcos o cocainómanos volvía a estallar en anatemas, exigir respetos y hacer temblar las vías diplomáticas. La reacción casi delirante de la Cancillería colombiana frente a tres bromas diferentes demuestra a las claras que el país sigue, en la agenda oficial, en la mentalidad y en el ánimo, sintiéndose menos, creyéndose víctima de un complot universal en su contra, y aceptándose culpable por un delito internacional que goza de cabal salud por cuenta de las extravagancias de los ricos en Las Vegas o en París, y del cual hacemos parte de la cadena productiva, pero en las fases que menos rentan y que más efectos perniciosos dejan.

La reacción oficial de Colombia me parece desmesurada, innecesaria y hasta cierto punto arbitraria. Por una parte, ninguno de los chistes fue emitido por fuentes oficiales de algún país, sino por personas naturales (una modelo holandesa, dos locutores australianos y un caricaturista belga). La intención era humorística y demuestra lo poco que saben de Colombia, y el eterno juego de clichés de las sociedades anglosajonas. ¿Por qué nos ofende que ellos sean tan ignorantes? ¿Por qué estamos buscando casi histéricamente que otros nos avalen y nos digan que no somos un país de gangsters?

Pero, además, la exigencia de respeto colombiano termina afectando la libre expresión y el derecho inalienable al humor (así en el fondo no sea muy bueno ese humor). No veo dónde está el racismo en que dibujen a James y a Falcao esnifándose una raya de coca en el campo de juego. Y como colombiano no me insultan estos chistes que son más bien pendejos. Y, a cambio de eso, sí me da una gran vergüenza escuchar a Pad’r, el dibujante belga, diciendo que fue amenazado de muerte por sus viñetas.

Mucho tiene que cambiar para que situaciones como estas nos resbalen y no empañen momentos tan gloriosos como este Brasil 2014. Es un cambio de consciencia en el que empecemos a encarar lo que somos y lo que hemos conseguido, y conseguido solos porque aquí ni siquiera tuvimos el apoyo de migraciones europeas cuando éramos una nación adolescente. Por eso, me gustó mucho lo que hizo La República en su edición del 14 de junio pasado, día del partido de Colombia contra Grecia, cuando mostró que somos una economía más grande que ellos y no por poco (US$378.000 millones de PIB, versus US$246.000 millones). Y estamos hablando de la cuna de la civilización occidental y de una cultura con tres mil años de certezas. Y por esa vía, la nuestra es más grande en PIB (PPA) que la de Suiza, Suecia, Austria, Dinamarca…

Por esa fe en sí mismos, por esa convicción de ser grandes y triunfadores, y una enorme despreocupación del que dirán, del que opinará el mundo sobre ellos, es que creo en la alta probabilidad de que Brasil nos haya dejado ayer por fuera del mundial. Si me equivoco (¡ojalá!) es porque quizá las cosas ya empezaron a cambiar. Enhorabuena. 

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