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ANALISTAS

Perdidos en el espacio

viernes, 22 de marzo de 2013
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Los últimos acontecimientos a raíz de la muerte de Chávez,  ponen de presente que no somos tan parecidos Colombia y Venezuela, como se ha hecho creer en discursos que se pronuncian con frecuencia aquí y allá. Cada vez que se necesita recomponer la relación bilateral, se acude al mito de “los dos países hermanos”, señalando coincidencias de comportamientos que no han existido ni existen. Menos aún en la época chavista en la que las relaciones subieron y bajaron como las líneas de un electrocardiograma.

No creo que Colombia sea capaz de llevar adelante un culto a la personalidad tan delirante y lleno de extravagancias como el que presenciamos desde el lloroso anuncio de Maduro sobre el fallecimiento del Comandante, hasta que por fin depositaron los restos en el sitio que escogieron antes de llevarlos al Panteón Nacional. Desde hace muchos días los venezolanos no saben lo que es trabajar por estar gritando disfrazados de rojo en las calles de Caracas. 
Y esto explicaría buena parte de la crisis productiva en ese país petrolero en donde el Estado es más providente que en cualquiera de los otros de la región. En otras palabras se paga para que la gente esté día y noche en la calle gritando consignas antes que por trabajar duro para sacar adelante la maltrecha economía del país. Lo vimos en toda la era del Comandante, se multiplicó en la larga velación de su cadáver y sigue con el mismo tono en la campaña de su sucesor que con el uniforme tricolor que ha adoptado se esfuerza en demostrar que es la reencarnación de su jefe.
Seguro que va a ganar las elecciones no por los planteamientos que exhibe, sino más bien porque se ha comprometido a seguir con las subvenciones que se pagan con la renta petrolera, que aún disminuida,  produce lo suficiente para mantener a la gente en la calle gritando consignas y escuchando despropósitos. ¡Qué tal la última de Maduro atribuyendo a Chávez la elección del Papa Francisco, mediante su intervención ante el Altísimo.  Mientras tanto la inflación sigue siendo la más alta de América, la inseguridad es la quinta a el mundo y la producción  nacional es con excepción del petróleo, algo inexistente.  En Colombia no tenemos este tipo de movilizaciones políticas, ni ganaría las elecciones un líder con las características de Maduro. Tampoco, estaríamos candidatizando al difunto para subirlo a los altares, ni exhibiendo el trasfondo de una absurda religiosidad que a veces suena a superchería.
La manida frase del Libertador sobre Venezuela como cuartel, Ecuador como convento y Colombia como universidad, si bien tiene una apreciación subjetiva, también puede traerse a cuento para significar todo lo diferentes que podemos ser en el espíritu nacional. Tal vez los wayú puedan ser los mismos a  lado y lado de la frontera pero si queremos ser realistas, es mejor que juzguemos los hechos históricos con un mayor grado de rigurosidad y encontremos que la relación bilateral se puede manejar de forma más realista y productiva, si ponemos cuidado en las agudas diferencias que tenemos más que en las inciertas coincidencias que nos unen.

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