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ANALISTAS

El cisne blanco

miércoles, 20 de enero de 2016
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En 2007, un ex corredor de bolsa con inclinaciones intelectuales llamado Nassim Nicholas Taleb, publicó un libro que tituló “El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable”.

El libro pronto se convertiría en un objeto de culto. Para ilustrar su tesis principal, Taleb utilizó la parábola del cisne negro, aquel que según Juvenal “era más raro que una persona buena”. El “cisne negro”, entonces, consistía en la existencia de eventos altamente improbables, y por lo tanto, incuantificables, que cuando ocurren, tienen consecuencias inmensas que después se buscan racionalizar. 

La oportunidad de la publicación no pudo ser mejor. Pocos meses después ocurriría lo impensable: la quiebra de Lehman Brothers y el colapso del sistema financiero mundial. El cisne negro había aparecido.

Si bien, la apreciación de Taleb había dado en el blanco, ocho años después de la crisis persiste la impresión de que los cisnes negros siguen volando. Cualquier noticia, corrección de mercado, encuesta o dato macro se interpreta como el preludio de una nueva catástrofe económica mundial.

Lo cierto, sin embargo, es que los cisnes negros, son eso: eventos únicos e impredecibles. Lo que pasa, como lo han demostrado numerosos estudios, es que los seres humanos somos especialmente susceptibles a evaluar el presente con base en la experiencia del pasado, especialmente la inmediata.

En el caso colombiano, el cine negro no apareció en 2008 sino diez años antes, en 1998. La crisis asiática, el contagio al resto de mercados emergentes, la frágil situación fiscal del país, una burbuja inmobiliaria, el alto endeudamiento de los hogares, una banca descapitalizada, una crisis política y un problema de seguridad enorme, además de las decisiones equivocadas del Banco Central, se conjugaron para crear una tormenta perfecta que devastó a la economía.

En buena medida, la crisis del 99 fue tan traumática para todos los colombianos, desde el más humilde campesino, pasando por el deudor de Upac hasta el banquero más prestigioso, por una simple razón: porque nunca había ocurrido, por lo menos no desde 1930. 

Llama la atención que muchos analistas de la actual coyuntura insistan en que estamos frente a una situación de crisis parecida a la del cambio del milenio, que afectaría no solo a Colombia sino a todos los países emergentes. Para esto presentan como pruebas el precio del petróleo, el contagio de la desaceleración China, el aumento del dólar, el incremento de tasas del Fed (y del Banco de la República en Colombia) y el déficit fiscal. 

Ciertamente el palo no está para cucharas. La economía colombiana enfrentará este año vientos de proa muy pronunciados, que sumados a las tensiones sociales y a la culminación del proceso de paz, pondrán a prueba el tesón el Gobierno. Pero es descabellado creer que estamos frente a una situación que se asemeje a la que vivimos hace quince años.

En otras palabras no estamos frente a un evento de cisne negro. Si acaso nos enfrentamos a un muy común cisne blanco, o sea una desaceleración normal, aunque pronunciada, dentro del ciclo económico. Así cómo ignorar las alarmas que presagian una emergencia es riesgoso, magnificarlas también lo es, porque puede llevar a decisiones equivocadas, tanto del Gobierno, como de las empresas y los consumidores. 

En este momento hay dos factores que actúan como motores de la economía, el consumo interno, que se mantiene robusto, y el gasto público, particularmente en infraestructura y vivienda. Una nueva avalancha de malas noticias podría parar en seco la dinámica de consumo y asustaría a los tenedores de deuda colombiana, haciendo más difícil la financiación del Gobierno. Y ni hablar del precio del dólar, en la cuerda floja por el déficit monumental de la balanza de pagos, que de no corregirse llevaría a que la divisa se dispare hasta los cielos.

Recordemos que en economía las profecías tienen el hábito de autocumplirse. No se trata de ignorar la realidad sino de reconocer con cabeza fría nuestras debilidades y, también, nuestras fortalezas, que son muchas más. 

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