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Tal como era previsible de acuerdo con las encuestas, Nicolás Sarkozy quedó por fuera de los círculos del poder político en Francia. Al menos su posición de hombre más importante del país será asunto histórico a partir de la próxima semana, cuando entregue su cargo al nuevo presidente François Hollande. Se trata de una victoria anunciada, una cuenta de cobro a una administración altamente cuestionada.
Sin embargo, las cosas no serán fáciles para Hollande, quien por su afiliación partidaria ya tiene una larga lista de contradictores que ven en él un riesgo para los mercados, dada su predilección por la intervención directa desde la institucionalidad estatal.
Hacía ya 17 años que en el Elíseo no se tenía a un presidente abiertamente declarado socialista. El último casualmente fue otro François, pero de apellido Mitterrand. No obstante, el modelo económico francés tiene y ha tenido durante las últimas décadas un componente socialista alto, en el cual el Estado vela para que no existan grandes disparidades sociales y para que la inequidad no desborde los límites de tolerancia. Al sistema en desarrollo le denominan socialdemocracia y no debe asustar a nadie que racionalmente tenga comprendida la obligación estatal de asistir a los débiles y faltos de oportunidades, aprovechando los recursos de los acaudalados.
A todas estas, la victoria del candidato rotulado claramente de izquierda no debiera representar profundos cambios en las previsiones que se tienen sobre la política doméstica francesa.
Aunque se esté haciendo referencia a un triunfo opositor al conservadurismo, es bueno recordar que los tradicionales convencionalismos están mandados a recoger desde hace ya un tiempo importante. Ser de izquierda o de derecha ha perdido realmente el sentido tradicional que se asignaba a dichas connotaciones.
Efectivamente, la tradición ha demostrado que los gobiernos que se inclinan al fervor y favor social, invierten mucho más en el funcionamiento del Estado que los moderados, pero no es algo que necesariamente tenga que leerse negativamente o contrario a la razón política.
Francia tendrá pues, un presidente socialista que debe entablar estrechas conversaciones con la canciller alemana, Angela Merkel, con el fin de acordar y desarrollar los planes de austeridad que ya se han venido construyendo desde las dos naciones para Europa.
Quizá sobre esa gestión esté girando la mayoría de los miedos; pues se teme que Hollande rehúse aceptar los pactos establecidos hasta ahora entre Alemania y Francia. No hay que olvidar que la señora Merkel claramente apoyó la permanencia de Sarkozy en el poder francés, lo que de una u otra manera indispone al nuevo habitante del Elíseo.
Sumado a lo anterior, con el triunfo del candidato François Hollande se está respirando un aire renovador para los deseos y aspiraciones de varias de las economías críticas del continente que ven en el presidente francés una opción de apoyo a sus peticiones de evitar excesivos recortes en el funcionamiento del Estado.
Entonces aparece el gran dilema, ya que si la posición tomada se inclina del lado de dichas demandas, la cooperación con Berlín entraría en un período crítico que en nada facilitaría el retorno del continente a sus buenos tiempos.
Ahora, si la posición que determine el nuevo presidente francés se va en función de la aceptación del pacto con el gobierno de Alemania para recortar presupuestos oficiales e implementar medidas de austeridad, quizá le tipifiquen de traidor a las ideas que lo han llevado al poder.
No la tiene nada fácil el nuevo presidente de los franceses.
Por delante está el hecho de vincularse al modelo de cooperación que tradicionalmente Europa ha construido. Sin embargo, a nivel doméstico tiene una lista importante de ajustes por lograr. Temas puntuales como los de las pensiones, el control del desempleo, el limitado crecimiento de la economía francesa, que se suma a un relativo estancamiento en la competitividad, y la discusión crítica del impuesto a la renta para patrimonios superiores al millón de euros, son -entre otros- temas que deberá enfrentar a partir de la próxima semana. Y tendrá que decidirse, además, sobre la prelación nacional o europea.
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