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A veces buscamos respuestas fáciles a preguntas difíciles, o desarrollamos hipótesis complejas para responder dudas que podrían abordarse con simplicidad. La navaja de Ockham, una teoría de un filósofo inglés del siglo XIII, propone que la explicación más sencilla suele ser la más probable, que creo puede aplicarse al eterno cuestionamiento de cómo encontrar la felicidad.
Abraham Maslow lo abordó desde una perspectiva de satisfacción gradual de necesidades, desde las básicas hasta las de autorrealización. Viktor Frankl lo aproximó con un ángulo de la búsqueda de sentido como camino a una vida buena.
Los japoneses hablan del Ikigai y la confluencia de necesidad, habilidad, pasión y recompensa. Las grandes religiones han profesado por milenios la humildad y entrega como llaves a la felicidad.
Soy un creyente en nuestra insignificancia relativa a la infinidad del universo y, por tanto, lejos de creer que podemos como raza encontrar una respuesta única y absoluta, me adhiero a un método empírico, sin ínfulas de obtener prueba científica, la cual considero innecesaria y algo arrogante.
En mi caso encuentro satisfacción en servir. Es un regalo que otorga felicidad a quien lo da y a quien lo recibe, y que tiene una cualidad invaluable, es fácil. La motivación puede ser desapegada, o en mi caso, hasta egoísta.
Lo hago y lo sigo haciendo porque sé que me hace sentir bien, que es mi mejor manera para vivir con felicidad.
Es fácil hacerlo. Como dijo Blaise Pascal, un matemático francés del siglo XVII: “Las palabras amables no cuestan mucho. Sin embargo, consiguen mucho”. Dar un cumplido a las personas que nos ayudan en casa, agradeciéndoles por su trabajo nos toma un segundo, es un rayo de sol para ellos e irradia calor en nuestra alma.
Ponerse al servicio de la comunidad a la que uno pertenece: el colegio, el club o el concejo comunal; genera unidad, fortalece lazos y aumenta el bienestar colectivo con una asignación marginal de tiempo.
No somos un país con cultura filantrópica; hay miles de héroes dedicando sus vidas al servicio, y donarles recursos por pequeños que sean, es una manera descomplicada de hacer el bien y sentirnos bien. Pensar en el cliente, en los colaboradores y en los proveedores en nuestro trabajo, poner al otro en el centro, hace que nuestra gestión sea más impactante y nuestra satisfacción más profunda.
El servir, de dar, hace que uno sirva, de ser útil. Vivimos en Colombia momentos de tristeza; de culpar al otro por lo malo y de hundirnos en el pesimismo de que el presente es horrible y el futuro es oscuro. Tal vez deberíamos vernos al espejo y pensar en nuestro propio rol en hacer que nuestro país sea mejor.
Nos podemos poner al servicio de un sueño de país, de un territorio en que todos prosperemos. Tal vez podríamos teorizar menos y servir más, día a día, colombiano por colombiano, y llenarnos de alegría en el camino.
Es simple, tal vez Guillermo de Ockham y Viktor Frankl, sentados frente a frente en una hipotética tertulia concordarían: el sentido de la vida es vivir, y para vivir mejor, mejor es servir.