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Hace unos años, residí varios meses en Baltimore, ciudad del Estado de Maryland, Estados Unidos, de poco más de 500.000 habitantes, la mayoría de color.
Uno de los más importantes siquiatras de la ciudad era un colombiano nacido en Espinal, Tolima; un médico de Bucaramanga era el propietario próspero de una importante clínica, un sacerdote bogotano era reconocido por su apoyo a los migrantes latinos que por primera vez llegaban a la zona, un ingeniero era el director del programa de renovación urbana para el centro de la ciudad, otro era un destacado profesor en la Universidad de Baltimore, un paisa era reconocido por adquirir propiedades usadas, mejorarlas y luego venderlas, un administrador uno de los más cotizados organizadores de eventos y actos sociales y su esposa amenizaba fiestas infantiles con gran éxito. Como ellos, había otros muchos colombianos que habían logrado ganarse el aprecio y admiración por su talento, esfuerzo y amabilidad. Habían salido de Colombia en busca de mejores oportunidades, pero todos seguían queriendo a su país y hablaban con nostalgia, pero con amor a la patria. Y así sigue ocurriendo.
Se estima que en Estados Unidos están asentados alrededor de 2,5 millones de colombianos, cifra insignificante frente a los 330 millones de habitantes en el país, pero es la comunidad hispana más grande, después de la mexicana y la más alta de Suramérica. Eso explica en buena parte que de los turistas que llegan a Colombia, la tercera parte vengan de allá y que más de la mitad de las remesas, US$3.100 millones en el primer semestre, sea girada para acá, cifra muy importante para nuestra economía, aunque pequeñas si se comparan con otros países como México, que reciben diez veces más turistas y diez veces más remesas.
Estados Unidos tiene un PIB de unos US$31 billones, en tanto que Colombia escasamente pasa de 1,5% de ese monto.
Nuestras exportaciones al mundo son 2,5% de las que hace esa potencia, pero de lo que poco que vendemos alrededor de 30% va para allá, nada significante a nivel global, pero para nosotros sí es fundamental. Nuestras ventas podrían ser sustituidas por otros proveedores con gran facilidad.
Un detalle lo dice todo, conocido por declaraciones de Petro: muy buena parte del equipo de seguridad, armas y tecnología del Palacio de Nariño y, en particular, usado para la protección del Presidente de Colombia, es prestado por el gobierno de Estados Unidos que luego de la perorata contra Trump en Nueva York, fue retirado de la sede presidencial. A lo mejor podría ser reemplazado por las “sofisticadas” flechas envenenadas con las que un grupo de indígenas pretendió atacar la embajada de ese país en Bogotá.
Presidente Petro: lo que está haciendo frente a Estados Unidos es un típico caso de lo que se conoce popularmente como “patear la lonchera”, o de quien no sigue la máxima de que uno no debe pelear con quienes llevan una de las 4-P: la Policía, el Papá, el Profesor y el Patrón. En cualquier caso, lleva del bulto.
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