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El dilema filosófico va: ¿Si en un bosque cae un árbol y nadie lo ve caer - cayó? Este no solo aplica al mundo físico -en cuanto a nuestro mundo emocional, solo si somos conscientes de eso que sentimos, “eso” existe en una realidad aparte de nosotros- y lo podemos observar. Si en cambio nosotros no “vemos” eso que sentimos, arriesgamos creer que nuestras emociones - sea rabia, miedo, tristeza, y más - son partes de nosotros con las cuales nacimos, y por lo tanto estamos condenados, de por vida, a ser controlados por las mismas. La explicación usual de quienes han caído en ese predicamento va algo así: “Yo soy ansiosa, y por lo tanto la ansiedad es algo que tengo que soportar cuando por ejemplo, doy una presentación en público, nada que hacer”, o “yo soy malgeniado, entonces a mi equipo le toca aguantarse mi carácter fuerte -gústele o no- porque yo soy así”.
Es por eso que en una típica sesión de coaching, parto por invitar a mis clientes a conectar con eso que están sintiendo, para luego pedirles que lo nombren -con la esperanza de que adquieran la posibilidad de tomar distancia de sus emociones, y las logren observar. Siguiendo con la metáfora del bosque- conectar con una emoción y nombrarla es lo que nos da la posibilidad de “ver al árbol caer”. A su vez, observarnos a nosotros mismos es un paso fundamental para quienes buscamos cultivar nuestra inteligencia emocional, esa que tanto necesitamos en nuestras vidas laborales y personales. Lo es porque cuando logramos observar nuestras emociones, tenemos la posibilidad de conocer lo suficiente nuestro mundo emocional, para lograr gestionarlo. Quienes abarcan sus emociones como he visto a muchos en mi practica hacer -negándolas, desenchufándose, pretendiendo que “yo no siento nada”- arriesgan entrar en un loop de intensidad emocional y perder todo control sobre las mismas. A algunos de mis clientes los he escuchado decir “me siento abrazado por el miedo” o que: “es tan intensa la ansiedad que siento, que no logro funcionar”. Es decir, han perdido distancia, y por lo tanto solo logran sentir y no observarse sintiendo.
La buena noticia es que es posible aprender a auto observarnos, requiere de una simple práctica. Te invito ahora mismo a pausar tu lectura y a darte cuenta de tu respiración. Registra cómo estas respirando: lo haces por tu nariz o por tu boca? ¿De manera rápida o lenta? ¿El aire te llega al abdomen o lo sientes en tu pecho? En tu respiración está la llave para entrar a conectar con tu mundo emocional y conocerlo mejor. Por ejemplo, la respiración corta usualmente indica que hay algo de ansiedad, una más pausada refleja calma. A la vez, solo si te das cuenta que estas respirando de cierta manera puedes entrar a indagar más. Por ejemplo ¿qué será que me despierta ansiedad? ¿Siento esto solo en el trabajo, o también en otros ámbitos de mi vida? ¿Cuento con suficiente evidencia para juzgar que eso es de hecho una amenaza? Recoger información sobre nuestro mundo emocional no es un lujo, sino una herramienta esencial para nuestra vida personal y profesional. Si cultivamos esta habilidad, y la usamos en nuestro diario vivir, podremos aprender a responder en lugar de reaccionar, y así llevar una vida más equilibrada y consciente.