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Analistas 21/11/2018

Premios Nobel de Economía 2018: innovación, tecnología y ambiente

Sergio Clavijo
Prof. de la Universidad de los Andes

Con la colaboración de Carlos Camelo

En octubre, se divulgó el otorgamiento del Premio Nobel de Economía 2018 a William Nordhaus y a Paul Romer por sus aportes en los frentes de innovación, tecnología y preservación del medio ambiente.

De esta manera, regresa al campo de la macroeconomía-ambiental este galardón. Nordhaus había sido pionero, en los años 80, al idear un sistema de análisis integral (IAM) que retroalimentara los determinantes del crecimiento económico, las emisiones de gases invernadero y su impacto ambiental. Ello tuvo gran influencia en las políticas ambientales globales, lideradas en los años noventa por el presidente Clinton.

Este premio nobel a Nordhaus llega en un muy buen momento del debate global ambiental. Recordemos que, a inicios de junio de 2017, el presidente Donald Trump anunció la salida de Estados Unidos del Acuerdo Climático que se había logrado en París a finales de 2015.

Dicho acuerdo se había consolidado como uno de los grandes logros ambientales de las últimas décadas, pues 195 países se habían comprometido a limitar el aumento de la temperatura global a no más de 2°C con respecto a sus niveles preindustriales.

Para justificar el abandono de Estados Unidos de dicho acuerdo, Trump argumentó que su país requería mantenerse competitivo frente a China e India, quienes no habían adquirido compromisos serios frente a la emisión de gases de efecto invernadero. Además, Trump quería recuperar puestos de trabajo en su sector mineroenergético, donde estuvo una base importante de su triunfo, y así honrar sus compromisos de campaña. Cabe aplaudir que empresas petroleras como ExxonMobil y Shell le hubieran salido al paso a estas declaraciones de Trump, anunciando que permanecerían firmes en torno a las metas del Acuerdo de París y que buscarían profundizar sus esquemas de energías renovables. Ojalá que este reconocimiento a Nordhaus le dé vitalidad a aquellas voces que están tratando de hacer que Trump entre en razón.

Todo lo anterior enmarca los desafíos ambientales derivados de la elevada concentración de la matriz energética en los combustibles fósiles. En efecto, la demanda energética mundial continúa recargándose excesivamente sobre el petróleo, con una participación del 34% dentro del total de fuentes de 2017. Por su parte, las fuentes energéticas renovables continúan con baja participación (solo el 3% del total). Así, contener el calentamiento global pensando solo en las fuentes no renovables luce algo quijotesco.

En el caso de Romer, han sido muy aplaudidos sus aportes al tema de “crecimiento endógeno”, en donde la calidad educativa y la innovación tecnológica juegan un papel preponderante a la hora de pensar las ganancias en productividad resultantes del llamado “capital humano”. Sin embargo, sus apariciones recientes habían sido muy controversiales. Cabe recordar el incidente del Doing Bussiness Report del Banco Mundial en Davos en enero de 2018, cuando Romer se vio forzado a renunciar como su economista jefe. La salida de Romer, así como su pobre efectividad de liderazgo, han puesto una gran presión sobre el Banco Mundial.

También había estado en problemas Romer al impulsar las supuestas bondades de su proyecto experimental sobre Ciudades-Estado. La idea era “refundar ciudades” en países subdesarrollados, estableciendo “instituciones” del primer mundo a través de “blindarlas” jurídicamente contra el atraso, la ignorancia y la corrupción. El caso más emblemático había sido el de Honduras, cubriendo el período de gestación (en 2009) hasta su concreción y fracaso reciente (2013-2015). De una parte, se quería replicar los casos de Hong-Kong, Dubái o Singapur a través de crear una gran zona de desarrollo.

Pero, de otra parte, esto implicaba “importar” instituciones jurídicas y policiales de alta efectividad para evitar que las pandillas organizadas y su elevada violencia espantaran a los potenciales inversionistas.

En ese “experimento” de refundar ciudades del primer mundo en uno de los países más violentos, habían participado el Banco Mundial, el BID, ONGs cristianas, fondos de capital privado y, por supuesto, políticos de ultraderecha empecinados en refundar su país. Nada de eso era muy nuevo, pues debemos recordar los intentos de refundación cooperativa de Proudhon en el siglo XIX, o las “villas-utopía” que los alemanes trataron de crear en el Cono Sur tras la Segunda Guerra Mundial. Allí, la novedad radicaba en creer que se podían reescribir constituciones y leyes para zonas particulares dentro de un territorio subdesarrollado, sin que el resto de los ciudadanos se dieran por aludidos.

Los hechos recientes indican que tal “laboratorio-institucional” va camino al fracaso.

El propio inspirador Romer había desistido de su plan, al darse cuenta de que “el tribunal supremo independiente” (conformado por empresarios y académicos) estaba teniendo problemas para operar como si fuera un Congreso. Ahora Romer también se ha ido del Banco Mundial y su presidente Kim tiene la dura tarea de reinventar formas operativas más eficientes al interior del Banco, mientras que Romer está feliz de haber regresado a la tranquilidad de la Universidad de New York a disfrutar de su merecido Premio Nobel.

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