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Analistas 23/11/2022

Proyectos caros e innecesarios

Santiago Castro Gómez
Expresidente de Asobancaria

Desde su campaña presidencial, Gustavo Petro no ha vuelto a mencionar el tren elevado de Buenaventura a Barranquilla. Era una absoluta quimera. Obviamente no se va a ejecutar, pero queda la sensación de improvisación, y peor, se advierte una actitud casi caprichosa de proyectos faraónicos. Se tiene que cuidar mucho el Presidente de caer en esta dinámica que es más propia de dictadores y monarcas absolutistas que deciden que Egipto necesita una nueva capital, o que hay que construir una ciudad lineal de 170 KM en Arabia Saudita. Aún así, vuelve y le afloran al mandatario varias singulares ideas sobre qué obras se deben hacer, así como empresas debe crear el Estado en mercados ya servidos.

El proyecto que más preocupa es la obsesión del Presidente por reformar el Metro de Bogotá, un contrato en plena ejecución, para volver subterránea la primera línea. No olvidemos que Claudia López tuvo que prescindir de su apoyo a la Alcaldía de Bogotá precisamente por esta insistencia. Imaginaría uno que fuera ella quien pusiera el freno a esta locura, pero no ha sido así. Quizás pensando en sus aspiraciones a futuro, se ha limitado a expresar que los cambios los paga quien los pide. ¿Pero cómo así? ¿Y las demoras en los tiempos y los predios ya comprados qué?

Más importante aún, los cambios costarían $5,5 billones según Leonidas Narváez, gerente de la Empresa Metro. ¿Perdón? ¿Somos conscientes de lo que esa suma significa para oros programas urgentes en el país? Independiente que la plata salga del Distrito, de la Nación, o compartida, es un gasto cuyo lujo no podemos darnos, principalmente porque no se necesita.

Pero este proyecto no es el único. Recientemente el Presidente se refirió a Satena, la aerolínea del Estado, y dijo que su futuro era que “se desarrolle en toda su plenitud…” y que a nivel internacional no solo viaje a Venezuela sino “a todas partes del mundo donde se pueda”. Ya por aquí vamos muy mal. Recordemos que la misión de Satena, cuyas siglas corresponden a Servicio Aéreo a Territorios Nacionales, es la de brindar conectividad a poblaciones pequeñas y/o apartadas, pero estratégicas en términos de conectividad territorial o de fronteras. No opera a ganancia, pero sus pérdidas son muy moderadas y aceptables para el servicio social que presta.

Ahora bien, entrar a competir en rutas troncales nacionales o con los gigantes aéreos mundiales en las rutas internacionales es una receta para el desastre. No se cuenta con los equipos ni el personal para este tipo de operaciones. Solo la adquisición de una flota modesta de aeronaves adecuadas costaría miles de millones de dólares, y las pérdidas estarían aseguradas, solo que esta vez se multiplicarían por 100 o más. No hay industria más competida y que haya generado más pérdidas que las aerolíneas comerciales, donde las quiebras y fusiones han sido una constante como bien lo sabemos. Pero vuelvo y repito…no se necesita.

El problema es que se le nota a Gustavo Petro una tendencia inveterada a sacar propuestas del cubilete como el caso de Satena, o volver al pasado como en el caso del Metro de Bogotá. Es una obstinación peligrosa que puede desembocar en costos fiscales en un momento de desaceleración donde el palo no está para cucharas. ¿Quién lo para? Generalmente es la realidad fiscal o en este caso el Ministro de Hacienda. Otro caso es el del Congreso, que ya lo vemos reclamando por las asimetrías regionales en el gasto presupuestal. Pero no siempre es así y con una coalición de mayorías, y una alcaldesa débil, el Presidente se puede imponer. Ahí solo queda la presión ciudadana y el control de los medios.

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