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Cuando escribo esta columna ya es claro que Miguel Uribe Londoño será precandidato del Centro Democrático a la Presidencia.
El análisis no puede partir desde otro lugar más que del respeto. Miguel Uribe Londoño ha sido trágicamente víctima de la violencia una tras otra vez. Como periodista lo vi en el Fundación Santa Fe entregado por completo a su hijo. Día y noche fue la persona de su familia que estuvo sin pausa al frente de la situación de Miguel. Sin dormir durante dos meses caminaba esos pasillos de un lado al otro con afán, sin hablar mucho con la prensa y con las manos en la cabeza.
En el Congreso vi el cariño y el respeto de los políticos que le expresaban sus condolencias. Y en la Plaza de Bolívar vi cómo las personas le gritaban Presidente y lo aplaudían cuando se paró frente al féretro de su hijo a dar un discurso con mucho dolor, pero con mucha, muchísima, carga política. “No tenemos duda de quien promueve la violencia, no tenemos duda de quién la permite”, dijo mientras afuera de la Catedral lo aclamaban.
Estratégicamente es un gol. Es el hombre doblemente víctima de la violencia cuyo nombre y apellido ahora todo el país conoce. Tener en una tarjeta electoral el nombre Miguel Uribe es un mensaje poderoso. Su candidatura dice a los violentos: no lo lograron. Y a sus contrincantes, significa la posibilidad de unir a la derecha bajo un hombre al que negarle la cohesión será prácticamente imposible.
¿Cómo van a decir los candidatos de derecha que no se unen Miguel Uribe?, ¿o los de centro? Es fácilmente predecible que Miguel Uribe ganará la encuesta dentro del Centro Democrático para octubre. Y es muy factible que su nombre se posicione para ganar otra consulta de la centro derecha en marzo.
Y, frente a la izquierda, Uribe Londoño tiene otro mensaje verosímil: a él será difícil vencerlo en debates porque es imposible atacarlo. Su hijo acaba de ser asesinado por dos disparos de sicarios que lo mataron por la espalda. El Gobierno es además a todas luces responsable de su desprotección. Miguel había solicitado más de 20 veces un refuerzo a su esquema de seguridad y en la Fiscalía ya había denuncias por alertas de posibles atentados en su contra. No pasó nada. Más allá de las confusas teorías de la conspiración del presidente sobre los esmeralderos que lanza sin ningún rigor como si él fuera el fiscal para esquivar su deber de proteger a la oposición, no podrán atacarlo.
Luego, en un ambiente tan caldeado por la falta de seguridad y el aumento de los grupos terroristas, Miguel Uribe Londoño tiene posibilidades de ser presidente. El storytelling desde estrategia política es elocuente. El padre que se hace presidente para hacer justicia frente al asesinato a su hijo por parte de las disidencias que acaban de bombardear Cali y Antioquia. Lo que me parece que debería ocuparlo en los próximos meses es el entendimiento de la situación del país.
Si el próximo Gobierno es de derecha, quien gane debe entender que hay razones por las cuales en el país en 2020 y 2021 se crearon situaciones sociales que terminaron, sí, en delincuencia, pero también en protestas que no pueden desdibujarse por completo. El país no puede volver a la violencia policial de los gobiernos anteriores. Los excesos del Esmad la Policía y el Ejército no son un “cuento de los mamertos”. Los falsos positivos no fueron un relato. Son hechos reales.
Los jóvenes tienen que tener oportunidades de vida más que volverse cultivadores o raspanchines de coca ante la falta de vías y de desarrollo de sus regiones. El hambre en Colombia es real y debe haber políticas públicas para reducirla. El acceso a la educación de buena calidad es imposible si no se cuenta con padres que tengan ingresos suficientes. El sistema de salud antes de esta administración ha sido bueno pero puede mejorar mucho y las largas esperas para lograr citas con especialistas o sillas en urgencias durante horas no son un mito.
Hay que entender por qué la izquierda en Colombia llegó al poder luego de una pandemia. El discurso de la seguridad es por supuesto necesario. Pero la securitización de toda la vida no explica la complejidad de los problemas. Sí hay hambre, sí hay pobreza, sí hay desigualdad, sí hay abusos de poder, sí hubo violencia policial, sí hubo excesos de las fuerzas armadas.
Si el Gobierno que llegue no entiende esa realidad, Colombia, me temo, será un campo temerario de batalla.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente