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Analistas 03/02/2024

Hay Presidente, pero no hay líder

Santiago Angel

El presidente Gustavo Petro no es un buen líder. La inestabilidad de su Gobierno lo refleja bien. El riesgo es que en esa ruptura del gabinete, sus malas comunicaciones y el ego que lo acompañan sobre cada discusión para presentar sus tesis como verdades incontrovertibles, se pasa el tiempo sin que la promesa del cambio se consolide.

Jorge Iván González fue quizás el último de los grandes funcionarios del Gobierno con experiencia, reputación y sensatez. Escucharlo hablar en las conferencias era impresionante. El director de Planeación Nacional no solo conocía bien el país, sino que conceptualmente era absolutamente sólido. Su experiencia era una carta de credibilidad frente a todo el sector público y el sector privado. Los auditorios se quedaban en silencio atento escuchando sus reflexiones sobre Keynes, el papel de la economía en el Estado y los problemas de las economías ilícitas en los retos para su transformación.

González, quizás como ningún otro funcionario, tenía clara la hoja de ruta en políticas públicas. Con su salida y la salida de los ministros anteriores, los más experimentados, el Gobierno se va quedando cada vez más al libre albedrío de los radicales que no saben de gestión pública, pero sí de trinar vehementes contra cualquier ciudadano, periodista o político que se atreva a cuestionar. Esos nombres están claros hoy: Daniel Rojas, Cielo Rusinque, Hollman Morris y Guillermo Jaramillo.

Así las cosas parece no haber una intención de cohesionar y unir al país entorno a un propósito común, lo que suelen hacer los líderes, los buenos líderes, sino que, por el contrario, la columna vertebral del Gobierno parece un enfrentamiento constante, la división y la arrojadera de culpas. Si el Gobierno no hace el giro de los panamericanos, la culpa es de Duque; si la primera dama tiene poder sobre varias entidades y gastos excesivos, la culpa es de Duque y de María Juliana Ruiz; si Nicolás Petro recibe plata corrupta, la culpa es del Ñeñe Hernández. El presidente Petro carece de la capacidad de mea culpa. Si el Gobierno se equivoca, no hay fallos en su gestión, la responsabilidad es entonces de cualquier ministro, pero él mismo no le pasa al teléfono directamente.

Es increíble, pero el presidente tiene algunos momentos de sensatez que son socavados repetidamente por las acusaciones contra medio país. Petro no ha logrado alinear a un equipo que juegue ordenado y meta goles, tal como le pasó cuando era alcalde de Bogotá. No ha logrado tampoco, como lo decía González en una de sus conferencias antes de renunciar, que los ministros propongan planes de política pública serios lejos del romanticismo para sustituir las economías ilícitas. En la Casa de Nariño hay una enorme pelea por el poder de proximidad al presidente entre Laura Sarabia y el ala de Hollman Morris con María Paula Fonseca. Nadie sabe a qué se dedica el director del Dapre, Carlos Ramón González, porque está claro que línea la da Sarabia.

Por alguna razón el presidente no logra controlar el poder de la primera dama en entidades clave; tampoco el de su hijo Nicolás nombrando amigos en Gestión del Riesgo y Colombia Compra Eficiente, como si no estuviera en un juicio por corrupción.

El Gobierno ha decidido perder a los funcionarios más sensatos, más experimentados y más conocedores del Estado. Eso no tendrá buenos resultados para el país. Colombia se encuentra hoy en una crisis de administración pública, razón por la cual habrá más escándalos, más promoción de insultos y menos eficiencia. Es predecible.

Señor presidente, necesita usted ser un líder del país. La palabra liderazgo es laque necesita definir como núcleo en su administración, aunque parezca imposible.

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