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Analistas 08/05/2024

Generación de cristal

Sergio Molina
PhD Filosofía UPB
La República Más

Cuando éramos niños, elevábamos las bolas de cristal a contra luz intentando descubrir su manufactura, una pequeña caja Petri, un tubo de ensayo, una bombilla y su trémulo filamento de tungsteno, un termómetro de mercurio, un frasco con mertiolate, un órgano humano sumergido en formol en el laboratorio del colegio, un frasco de miel y sus tres burbujas lentas, una botella de vino, un almíbar o fermento.

La vitrina es un mueble de cristal vertical u horizontal que permite ver el contenido y que nos recuerda que “ver y no tocar, se llama respetar”. El vidrio es mágico, permite disfrutar el producto sin gastarlo, sea un pez en una bomba de cristal o la escena navideña con nieve en una burbuja para agitar. El tango Cafetín de buenos aires (E.S Discépolo y M Mores) describe a un niño voyeur mirando los acontecimientos de un bar: “De chiquilín te miraba de afuera, como a esas cosas que nunca se alcanzan, la ñata contra el vidrio, en un azul de frío…” El vidrio contiene, transporta y exhibe con fidelidad, excelsas propiedades. Siempre, hemos tenido un vidrio de por medio y con el aprendimos el misterio de la refracción, es experiencia en la memoria de todos: cuando se empañaba el reloj de pulso por un descuido, el lente de la gafa por un llanto o las ventanas de un carro por una pareja furtiva. El vidrio propicia la sensación de asombro ante la piedra preciosa de una joyería, media entre la provocación y el apetito por un pastel de gloria, brillante y atractivo en la vitrina de la repostería que, a modo de tul, permite tocar sin hacerlo; aquí lo que haga la vista y la boca salivando. El vidrio en los aconteceres, en las prostitutas del barrio rojo en Ámsterdam que seducen sin ser asaltadas. Un reo visitado por su abogado evidencia el aquí confinado, del allá libre por la barrera de vidrio, el empleado de un banco u oficina pública se vale de la ventana de trámites determinando jerarquía y autoridad.

Los vidrios de los controles migratorios separan las ansias del viajero, del rigor del oficial fronterizo que te pone en tu lugar: tu allá y yo aquí, ojos ávidos en uno y mueca seudo formal y atenta en otro. Bajar o subir el vidrio del carro para sentir el viento o limitar la lluvia. El polarizado, en contradicción, frustra la intensión del que quiere ver más allá.

En el paraíso de los vidrios, el de paredes gruesas no es a toda prueba y el de ámbar no es de quinta, protege de la luz mientras trasluce, una especie de milagro. El fondo de una botella nos permitió convalidar la refracción. El poder de salvaguardar y exhibir con fidelidad no son simples propiedades.
La vitrina guarda provocando, en ella concursan el que guarda complacido y el fisgón que desea.

Solitario por años, el vidrio se vio amenazado por el polímero, no obstante, sigue siendo misterioso cuando guarda, se rompe y corta.

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