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Analistas 25/01/2017

Una transición disruptiva

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda
La República Más
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Según un adagio chino, no es recomendable tener que vivir en tiempos interesantes.  Esa es una advertencia acerca de las consecuencias que suelen acompañar a los sacudimientos históricos. La forma como ha transcurrido en Estados Unidos la transición entre las elecciones presidenciales y la transmisión del mando es desconcertante.  Ha dado lugar al temor de que un gobierno minoritario en el voto popular, pero victorioso en el colegio Electoral, crea haber recibido el mandato para desmantelar el contrato social en materia doméstica, y las relaciones con el resto del mundo en materia internacional. 

Lo que se espera de quien ha pasado de ser candidato a presidente electo es una actitud que, si no logra ser magnánima, sea al menos conciliadora, así como un cambio de discurso que permita soslayar la retórica agresiva y enfatizar los llamados al entendimiento y a la cohesión nacional. Dicha práctica tiene el sentido funcional de establecer un modus operandi con la oposición y tratar de encontrar áreas de convergencia legislativa para los programas de gobierno.

Eso no es lo que ha sucedido esta vez.  Donald Trump se precia de ser impredecible y de hacer caso omiso de las normas y de las tradiciones. Ha preferido emprender polémicas con una actriz de Hollywood, con una figura legendaria de la lucha por los derechos civiles y con los servicios de inteligencia, por afirmar que el gobierno de Rusia trató de influenciar el proceso electoral norteamericano. Por medio de pronunciamientos en Twitter ha amenazado a las empresas de automóviles que trasladen sus procesos de fabricación a México.  Ha declarado que la OTAN, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, es una entidad obsoleta y que el devenir de la Unión Europea es algo que no le concierne a los Estados Unidos.

La forma inusitada como ha transcurrido la transición condujo al presidente Barack Obama a anunciar en su última rueda de prensa que volvería a ingresar a la lucha política en aquellas circunstancias en las cuales estuvieran en peligro determinados valores fundamentales: ‘Coloco en esa categoría, que se intentara ratificar cualquier forma de discriminación sistemática; que se intentara limitar u obstaculizar el derecho al voto; que se intentara restringir la libertad de prensa; y que se intentara deportar a otro país a adolescentes que llegaron aquí en la infancia, (como hijos de inmigrantes indocumentados), y que para todos los efectos prácticos, son americanos.’

El discurso de posesión de Trump disipó cualquier ilusión de que la responsabilidad inherente al estatus presidencial tendría un efecto moderador. Se le ofreció al auditorio una visión lúgubre de Estados Unidos, como una víctima del resto del mundo, que ha sabido aprovechar su generosidad para arrebatarle su riqueza, sus industrias, sus empleos y el bienestar de su población. Anunció que pondría fin a esa masacre de inmediato. Con un despliegue de nacionalismo patológico y el puño en alto, procedió a repudiar el orden internacional promovido por Washington desde 1945. Para propios y extraños, se avizoran tiempos interesantes.

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