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Analistas 28/10/2021

Memoria histórica y geopolítica

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda

Las grandes derrotas nacionales son experiencias traumáticas que dejan heridas en la mentalidad colectiva. Estas toman tiempo para cicatrizar. Sus consecuencias tienen repercusiones que afectan las relaciones internacionales. En algunos casos, la magnitud del revés sufrido conduce a cambios de comportamiento y a transformaciones constructivas. Ejemplos notables de reacciones positivas a la adversidad son las trayectorias de Alemania y de Japón con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. El estadista francés, Jean Monnet, considerado como el padre de la unificación europea, concluyó que era indispensable diseñar un entorno internacional que garantizara que Francia y Alemania jamás volverían a enfrentarse militarmente.

Esa es la idea fuerza que dio lugar a la firma del Tratado de Roma, a la creación del Mercado Común Europeo, la Comunidad Económica Europea y luego la Unión Europea. El Reino Unido se abstuvo de suscribir el Tratado de Roma. Ingresó posteriormente a la Comunidad Económica Europea, pero mantuvo reservas acerca de las implicaciones políticas del proceso de unificación europea.

Las reacciones a la adversidad también pueden tomar la forma de resentimientos duraderos. Los rencores que guardan Rusia y la China están teniendo consecuencias de actualidad. La actitud de desconfianza respecto a Occidente del gobierno ruso tiene explicaciones históricas: la invasión napoleónica en 1812 y la del ejército alemán en 1941. Para Vladimir Putin, la disolución de la Unión Soviética en 1991 representó un retroceso geopolítico mayúsculo.

Si bien ese evento fue el resultado de factores domésticos, la consolidación de la Unión Europea y la expansión de la Otan condicionan la animadversión de Putin hacia Estados Unidos y la República Federal Alemana. Esta actitud sirve de contexto para las intervenciones cibernéticas rusas en los procesos electorales de las naciones occidentales y pone de presente la capacidad de las autoridades rusas de utilizar el suministro oportuno de gas como una forma de ejercer presión política sobre el gobierno alemán. Esa vulnerabilidad, añadida al tratamiento inamistoso recibido durante la administración Trump, así como la creciente presión económica de la China, han servido como incentivos para impulsar el fortalecimiento de la Unión Europea.

El presidente Xi Jinping le está imprimiendo a la política exterior de la República Popular China un sello de nacionalismo agresivo que se manifiesta en pronunciamientos hostiles hacia Occidente y sus valores, y en despliegues de poderío militar. Esa actitud contrasta con la postura mesurada que recomendaba su antecesor, Deng Xiaoping, (1978-1983). En parte, esto puede atribuirse al comportamiento de una gran potencia emergente que desea modificar las relaciones de poder existentes frente a sus rivales. Pero también obedece al recuerdo de las concesiones extraterritoriales que las potencias occidentales le impusieron al débil Imperio Chino en el siglo XIX. La aceptación de Hong Kong, como un enclave colonial británico hasta 1997, es un ejemplo de esa humillación y del recuerdo de los tratados inequitativos. Seguir enfatizando esos resentimientos históricos al tiempo que se intensifican las actitudes belicosas en el Estrecho de Taiwán conlleva el riesgo de desencadenar un conflicto internacional.

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