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Analistas 20/04/2016

Fatiga con la globalización

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda
La República Más
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La modalidad contemporánea de la globalización tiene su origen en la conformación de redes de intercambio comercial, de transportes y finanzas a escala mundial que surgieron a partir del siglo XVI. Los enormes atractivos que se abrieron para participar en la actividad comercial a grandes distancias favorecieron de manera preferencial a aquellas regiones o naciones que reunieran los requisitos adecuados para aprovecharlos. Esos requisitos incluían una base comercial interna desarrollada, una decidida vocación marítima y suficiente capacidad de ahorro e inversión para movilizar recursos financieros cuantiosos.

En el siglo XVII, las Provincias Unidas reunían esos requisitos. A pesar de su reducido tamaño territorial, las Provincias Unidas adquirieron la categoría de gran potencia, gracias a la habilidad marítima y comercial de los holandeses. Ámsterdam se convirtió en el principal centro financiero del mundo. La primacía marítima y comercial se desplazó al Reino Unido después del siglo XVIII, con Londres como centro financiero, posiciones que, a su turno, asumirían Estados Unidos y la ciudad de Nueva York en el siglo XX.

Los tres ejemplos mencionados tienen en común la prioridad asignada a la libertad de comercio y de navegación, y la voluntad de defender esos principios por medios diplomáticos, o por la fuerza. Los holandeses desarrollaron el concepto jurídico de Mare Liberum. Hacer efectiva la supremacía naval fue parte esencial de la estrategia comercial británica. Desde su independencia, los Estados Unidos han estado dispuestos a ir a la guerra para defender la libertad de navegación internacional. Eso explica el fortalecimiento reciente de la presencia aero-naval norteamericana en el Pacífico Occidental, para responder al intento de Pekín de restringir la navegación en el Mar de China del Sur.

El mantenimiento de un sistema comercial y financiero global requiere el impulso y el compromiso de una gran potencia. La ausencia de una potencia con capacidad para ejercer liderazgo conduce a una globalización conflictiva. Eso sucedió en el intervalo entre las dos guerras mundiales del siglo pasado.

La potencia que respalda un sistema económico global obtiene beneficios asociados a su posición directiva. Pero el liderazgo también conlleva la responsabilidad de tener presente los intereses de sus socios y la voluntad de asumir una parte más que proporcional de los costos  de las iniciativas de interés común. Este esquema describe el sistema internacional liderado por Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Las premisas subyacentes del sistema están siendo cuestionadas durante la campaña electoral norteamericana. En su versión moderada, el malestar se manifiesta señalando la inconveniencia del Acuerdo Transpacífico y de los demás acuerdos de libre comercio. La versión extremista promueve un chovinismo beligerante, y el repudio unilateral de acuerdos internacionales vigentes. Es de esperar que éstas sean figuras retóricas para consumo doméstico, a las cuales no se les debería asignar mayor trascendencia. Sea eso como fuere, lo que se está poniendo de presente es el cansancio que expresan sectores representativos de la opinión pública con la responsabilidad por mantener el sistema económico internacional actual.
 

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