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Éticamente no es aceptable llevar a las familias a volver a cocinar con leña pues las enfermedades pulmonares ocasionan cuatro millones de muertos anuales
“La sostenibilidad no se trata de hacer menos daño sino de hacer mejor el bien” afirmó el fundador del Museo de Arte Contemporáneo de África, exCEO de Puma y actual CEO de LifeWire y de Harley-Davidson, Jochen Zeit. En esa lógica todas las personas, sin distingo alguno, deben contribuir y mejorar en todas sus actividades con criterios de responsabilidad, cuidado y solidaridad.
En la actual coyuntura de guerras, crisis y ausencia de liderazgos y de entendimientos sistémicos, donde la narrativa y los criterios son absolutos pero siempre amparados en estadísticas e intereses políticos y macroeconómicos pero no en las personas.
Así mismo en esa lógica la forma de administración se hace a través de normas con prohibiciones y castigos que a su vez originan trampas y corrupción. El otro camino aunque más demorado está asociado al sentido común, al fomento de la competitividad, a los incentivos y es ese el camino de los círculos virtuosos y competencia sana.
En la agenda mundial hoy esta el Cambio Climático donde las soluciones en ningún caso son prohibir pero sí incentivar el conocimiento de la propia realidad, de los verdaderos potenciales, impactos y soluciones más apropiadas para las personas y sus entornos inmediatos.
Éticamente no es aceptable llevar a las familias a volver a cocinar con leña pues hoy en día las enfermedades pulmonares ocasionan 4 millones de muertos anuales mayoritariamente en mujeres amas de casa que cocinan con leña, de acuerdo con información suministrada por James Rockall presidente de la Asociación Mundial de GLP WLGPA.
Otros efectos del alto precio del gas (cilindro de 40 libras $85.000; cilindro de 100 libras $230.000 ) son: la deforestación, que es el gran aporte de carbono que tiene Colombia, los impactos económicos particularmente para los campesinos que ya se vieron obligados a utilizar leña y carbón en todas sus actividades, así mismo a los micro y pequeños empresarios como ya se evidencia en los restaurantes de poblaciones y en las orillas de las carreteras.
Otro caso donde el criterio es lo macroeconómico y no así las personas en los contextos de país y región es pretender que los empresarios del campo compitan con los 14 millones de toneladas de alimentos importados que cuestan $9.000 millones y las 2 toneladas de fertilizantes que cuestan US$7.000 millones al año, donde la infraestructura para la conectividad física y virtual es precaria o inexistente, la presencia de grupos armados dominan el territorio y cobran también “impuestos” a los campesinos, no hay centros de acopio de productos, el acceso y los costos del dinero es imposible, los impuestos sobre la tierra son muy altos y la escasez y precio de los insumos es la queja de gremios, cooperativas y asociaciones.
¿Cuántos recursos necesita el país para pagar los efectos y costos de todo tipo para curar las enfermedades asociadas al uso de leña y al carbón a la calidad de vida de las familias, a los empresarios que se están viendo obligados a usar y asegurar combustibles altamente contaminantes?
¿Cuánto valen en tiempo, dinero y recursos para poder reparar los bosques, hacer las reforestaciones, asegurar los servicios ecosistemicos, cuidar las fuentes de agua y proteger los bosque?
¿Quién pagará las consecuencias del aumento del costo de los alimentos por falta de insumos, fertilizantes y energía sostenible asociados a la industria de gas? ¿Quién pagará la cuenta de la escasez en medio de la pobreza de la gente, la riqueza de recursos naturales estratégicos y la abundancia de discursos mundiales, números macro y promesas universales?
¿No será mejor volver a lo que le conviene a la dignidad de las personas en un país que necesita ser competitivo, soberano, equitativo y seguro gracias a sus potencialidades y riquezas rurales y naturales? ¿La transición energética no comenzará por asegurar la vida, los recursos y la infraestructura básica?