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En Colombia hablamos de innovación educativa como si fuera un asunto de software, plataformas y modas digitales. Pero la evidencia reciente, nacional y comparada, muestra una verdad mucho más incómoda: la verdadera innovación aún no se consolida donde se dice que está ocurriendo. Más aún, el sistema universitario está en riesgo, abrumado por cifras y desigualdades estructurales que exigen una reforma más profunda que un simple refrescamiento tecnológico.
El diagnostico puede ser alarmante. Según el más reciente informe de la Oecd, Education at a Glance 2025, en Colombia apenas el 16% de los estudiantes universitarios logran graduarse en el tiempo previsto, frente a un promedio del 43% en los países de la Ocde. Y cuando extendemos el horizonte a tres años adicionales, la tasa de graduación apenas alcanza el 44%, muy por debajo del 70% promedio internacional. Por su parte, los datos del MEN y del sistema Spadies confirman que aproximadamente uno de cada tres estudiantes abandona sus estudios antes de titularse. Esta deserción estructural no es coyuntural; indica que el problema principal no está en el ingreso, que en 2024 registró un crecimiento del 3,1% en matrículas totales, superando los 2,5 millones de estudiantes matriculados, sino en la incapacidad del sistema para acompañar, retener y titular.
En resumen, Colombia tiene cobertura, estadísticamente creciente, pero carece de sistema integrador: acompañamiento pedagógico, rutas de permanencia, pertinencia institucional, apoyo psicosocial, conexión con el mercado laboral real. Una Institución de educación Superior (IES) que matricula pero no gradúa termina funcionando como fábrica de esperanzas truncadas. Frente a esta realidad surge la pregunta ¿Por qué la innovación no ha sido suficiente? La concentración de recursos en plataformas, las soluciones digitales de gestión, aulas virtuales y tecnologías de punta, con la inteligencia artificial (IA) de por medio, han desplazado el centro del problema: la cultura académica, la ética institucional, la formación docente y la integridad del aprendizaje.
Pero si la innovación se queda en gadgets, las IES solo habrán cambiado de fachada, no de corazón. Mientras tanto, la incorporación acelerada de tecnologías plantea nuevos desafíos: ética, autenticidad académica, brecha digital, desigualdad en capacidades de acceso. Las cifras importan, pero los valores más aún. La responsabilidad de las IES, que históricamente han articulado educación, misión social y valores humanos, tienen hoy una vocación crítica renovada: ser una alternativa frente a la mercantilización de la formación, un refugio frente a la instrumentalización del conocimiento, un espacio de dignidad frente a la lógica de exclusión y rentabilidad. En ese sentido, su aporte no puede limitarse a competir, sino centrarse en gestionar la innovación con alma, es decir, con ética, propósito, comunidad y acompañamiento.
La política pública del sector urge desarrollar modelos de acompañamiento integral (académico, psicosocial, económico) para evitar deserción. Por tanto, reorientar las políticas institucionales hacia la retención, la pertinencia y la titulación es clave. Esta acción tiene que ir acompañada de una inversión en formación continua del profesorado, priorizando competencias pedagógicas, éticas y comunitarias, adaptando las infraestructuras digitales al contexto real del estudiante colombiano, garantizando acceso digno y equitativo y evaluando los programas no solo por cobertura, sino por permanencia, graduación, empleabilidad y justicia social. La universidad de hoy y mañana debe ser ética en su misión, humana en su trato, justa en sus resultados, y relevante en su impacto social.
La tarea es encontrar un punto medio entre un aumento de los ingresos y evitar excluir a más personas de la informalidad, además de los efectos inflacionarios