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Analistas 14/11/2019

Lecciones de amor hoy y en el más allá

Ramiro Santa
Presidente Sklc Group

El amor y los sentimientos inconmensurables que nos generan nuestros hijos sobre su futuro, salud, carácter y belleza en todo el sentido de la palabra no tienen descripción ni comparación con nada en la existencia. "Hijo mío... Cuando beso tu cara, amor mío, para hacerte reír, se bien cuál es la alegría que mana el cielo en la luz del amanecer", Rabindranath Tagore .

Van creciendo, van sorprendiéndonos con la fuerza del amor demente que llega a los límites de la resistencia cuando por algún leve malestar le pedimos a Dios con todo el corazón que nos enferme a nosotros, pero que nunca les pase nada a ellos; nuestra sed se apaga solo de verlos tomar agua y el hambre desaparece solo con verlos probar bocado, para enseñarnos el verdadero amor, el que no tiene límites y el que nada espera a cambio.

Siguen creciendo, enamorándonos, nutriendo nuestra felicidad y van dejando ver que tienen lo que más nos gusta de nosotros, pero también lo que más odiamos de nosotros mismos; solo para enseñarnos humildad, para obligarnos a tener paciencia para poder corregir, disimular y aceptar.

Ya adolescentes y arrastrando un cuerpo nuevo, desconocido y aparatoso que a veces no saben controlar mientras que nos retan, contradicen, critican, exigen y nos regalan nuevas preocupaciones y viejos dilemas que aparecen en horario de celador. Somos capaces de sufrir, odiar y amar a personas que no conocemos, pero que aproximamos y analizamos desde una nueva capacidad que se llama intuición y que nos lleva a dar respuestas sin base lógica como: “¡porque sí!” o “¡porque no y punto!”, o “¡ese amigo tuyo no me gusta!”.

Los dolores del amor y desamor de los hijos llegan al alma, sabiendo que no hay solución ni medicina, que no hay freno ni capacidad de control. El aprendizaje que llega también de la providencia es la prudencia con letra mayúscula, llena de palabras que son ciertas pero que no sirven para nada, pues solo pareciera que son los amigos quienes los entienden en esos días donde el mundo se va a acabar.

No sé cómo serán los años siguientes, pero sí podemos sacar conclusiones como: nunca pensamos que el amor fuera un sentimiento tan grande y poderoso; que como personas somos capaces de soportar todas las ofensas contra nosotros, pero como padres somos totalmente intolerantes a cualquier comentario que roce la "divinidad" de nuestros hijos; que nunca hay recursos suficientes para poder darles lo que pensamos que se "merecen"; que el tiempo pasa muy rápido; que Dios nos premió con los hijos que nos envió; pero la otra cara de la moneda es que también hay cosas que no reconocemos: que ellos algún día se van a hacer su familia, que no somos eternos y que debemos tener claro qué le corresponde a cada hijo, pues no los podemos poner a pelear entre ellos y acabar la familia por bienes materiales.

Para terminar, no somos eternos, no sabemos cuándo nos vamos a morir y dejar en vida solucionado el tema patrimonial familiar es un deber de todos los padres. No hacerlo, aparte de regalarle al Estado una porción gigantesca por concepto de ganancia ocasional e impuestos, es poner en riesgo el amor construido y la unidad familiar. Asegurarse quienes son las personas beneficiarias de los seguros y asesorarse en asuntos sucesoriales es un acto de amor para con quienes amamos y en cualquier eventualidad no lastimarlos por cosas materiales además del dolor normal de la pérdida.

*Rabindranath Tagore Poema 62
Premio Nobel de Literatura 1913

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