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Analistas 06/07/2025

Entre civilización y confusión

Ramiro Santa
Presidente Sklc Group

En los últimos años, varios gobiernos, ideologías e incluso grupos han empezado a proclamarse herederos de un pasado glorioso. Algunos se autodenominan “civilizaciones” y reclaman, como si fuera un derecho divino, traer ese pasado, real o ficticio, al presente. El problema es que muchos de estos aspirantes a herederos ni entienden bien la historia ni comprenden el riesgo moral de manipularla.

Esta forma de nostalgia selectiva suele tener efectos colaterales bastante peligrosos: justifica exclusiones, impone dogmas, pisotea libertades y hasta da vía libre para aniquilar a quienes piensan distinto. Y no, el pasado no tiene una deuda moral con el presente, la deuda histórica no existe. Pensar lo contrario es caer en las redes de quienes usan la historia como coartada para imponer sus intereses, muchas veces egoístas, autoritarios o directamente bárbaros.

Una civilización no se define solo por la belleza de su arquitectura o sus artefactos pulidos, sino por la calidad, honrosa u horrenda, de las relaciones humanas. Todos admiramos el Partenón, las pirámides de África o América… pero pocos se detienen a pensar en los esclavos que los levantaron a latigazo limpio. Influenciados por el romanticismo histórico, conservamos lo estético y olvidamos el sufrimiento. Fracturando así nuestra identidad y el entendimiento de lo que significa una civilización.

Los estudios sobre evolución cognitiva humana muestran una correlación nada despreciable entre alfabetización y armonía social. Investigaciones como las de Altemeyer (1996), Stenner (2005), y Hodson y Busser (2012) revelan que las personas con menor capacidad cognitiva tienden a adoptar visiones del mundo rígidas, incapaces de matices, rechazando ideas contradictorias y aferrándose a ideologías autoritarias.

Estas mentes con menos capacidad cognitiva y poco entrenadas en la complejidad necesitan más certeza que curiosidad, más dirección que propósito. Evitan la ambigüedad como si fuera contagiosa, huyen de la educación crítica y son presa fácil de ideologías simplistas. A medida que esta mentalidad manipulada se propaga, crece también la probabilidad de que surjan caudillos con soluciones mágicas y Estados totalitarios en oferta. Este tipo de pensamiento es incompatible con la civilización, porque la primera condición de esta última es la iluminación.

De acuerdo con el profesor Michel Hartoonian PhD la civilización exige abordar las grandes preguntas de la vida con acción, conducta y sentido del ser:
1. Actuamos sobre la naturaleza con dominio o con cuidado?
2. ¿Educamos para pensar? ¿Qué influencia tienen los niños en el entorno?
3. ¿Quién decide sobre política, ética y economía: la sabiduría o el algoritmo?
4. ¿La religión inspira ?
5. ¿El arte conmueve ?
6. ¿Qué papel tienen la literatura, la música y las matemáticas en nuestra vida?
7. ¿Propiciamos y respetamos el orden, la justicia y … la paz?
8. ¿Cómo entendemos el tiempo, el pasado, el futuro y … como valoramos la sabiduría de los años?
9. ¿Cómo producimos, intercambiamos y sobrevivimos?
10. ¿Cómo transforma la tecnología nuestras ideas, nuestros oficios y … hasta nuestro ocio?
11. ¿Cómo nos cuidamos, enfrentamos la enfermedad y, sí … también la muerte?

Estas preguntas son comunes a todas las culturas. Pero solo si se responden desde una perspectiva moral pueden sostener una civilización. Como bien dice Hartoonian: todas las civilizaciones son culturas, pero no todas las culturas son civilizaciones.

Un Estado puede considerarse una civilización si cultiva relaciones morales, justicia, estética, sabiduría generacional, iluminación y confianza. Sin estos elementos, no hay civilización: hay circo, hay barbarie. Porque una civilización auténtica exige verdad, razón, amor, historia honesta y, sobre todo, valentía. La mayoría de los Estados son comunes; las civilizaciones, en cambio, son rarezas exquisitas.

Hoy muchos Estados flotan entre el autoritarismo y la barbarie, como quien duda entre dos menús venenosos. Escasean los líderes éticos y sobran los ciudadanos sin coraje moral. Y cuando la educación falla, la masa se vuelve perezosa, egocéntrica, y termina siguiendo a cualquier charlatán con promesas fáciles. Se convierten en víctimas que desean que todos estén tan miserables como ellas.

Por fortuna, también existen los otros, que son la mayoría -académicos, empresarios, religiosos, profesionales, funcionarios-, ciudadanos educados con ética, pensamiento crítico y buenos ejemplos. Son ustedes quienes pueden guiar la civilización, crear riqueza con propósito, buscar la verdad, y —por qué no— en estos momentos convertirse en los líderes éticos.

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