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Analistas 29/02/2016

Cómo es que “sentir a Bern” puede llevar a distorsiones

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Hay otro aspecto de esta discusión que debería ventilarse, y que tiene que ver con incentivos y con móviles.

Lo que se escucha mucho de los partidarios del Sr. Sanders son acusaciones de mala fe. En general, “sentir a Bern” a menudo parece significar acusar de corrupción a cualquiera que no lo sienta. Entonces, ¿cómo deberíamos ver estas cosas?

Primero que nada, sí, realmente hay corrupción (incluyendo la corrupción de supuestos expertos). Tiende a ser un problema más grande en la derecha, simplemente porque ahí hay mucho más dinero y mucho menos escrúpulos. He estado diciendo desde hace tiempo que hay tres tipos de economistas: los economistas profesionales liberales, los economistas profesionales conservadores y los conservadores profesionales economistas. El espacio para el cuarto tipo está principalmente vacío, por falta de fondos. No obstante, sería ingenuo afirmar que conservar acceso a trabajos de consultoría corporativa y cosas por el estilo no tiene ningún efecto sobre los argumentos de política.

Pero también es ingenuo, y destructivo, asumir que eso es todo. No hay que ser mercenario corporativo ni cómplice de la Sra. Clinton para sorprenderse cuando una campaña demócrata apoya proyecciones económicas que son incluso más descabelladas que las fantasías republicanas ridiculizadas hace un par de días. Y en verdad que no es conveniente caer en la confusión de evaluar los argumentos de todos exclusivamente por su conveniencia política, y asumir que nadie que discrepe con uno pueda hacerlo honestamente. Eso es lo que hacen los “apparatchiks” del ala derecha, y no hay que emularlos.

También es importante entender que en el grado en que la ambición personal distorsiona el análisis, no es un fenómeno único de la gente conocedora bien conectada. Seguramente, el dinero y la perspectiva de tener mucha influencia son fuerzas corruptoras mucho más potentes que lo que estoy por describir. Pero no son las únicas fuentes de impureza.

Imagine a un economista que se ha hecho de ciertos seguidores pero que, por cualquier motivo, no forma parte de la nomenclatura de expertos en política que típicamente son llamados para asesorar a autoridades o a dar charlas en conferencias financieras. Eso pudiera deberse a que dicho economista tiene puntos de vista considerados demasiado heterodoxos. O pudiera deberse a que es muy honesto con respecto a la corrupción de los poderosos. O quizás los círculos de conocedores no lo consideran especialmente perspicaz o incluso técnicamente competente, lo que a su vez podría ser una enorme injusticia, o posiblemente una verdad. Independientemente de la causa, ve todo desde afuera (o así lo siente).

Ahora imagine que nuestro desfavorecido se topa con una situación donde otro intruso (en esta ocasión de la esfera de la política) tiene cierta posibilidad de protagonizar una victoria inesperada. Debería ser obvio que nuestro economista externo tiene todo incentivo personal para unir fuerzas con el político desfavorecido, incluso si sus probabilidades de ganar son relativamente bajas, e incluso si su campaña pudiera ocasionar un desastre porque no está lista para los retos del mundo en general. El punto es que si el político de afuera emerge victorioso, daría al economista externo un asiento a su mesa, lugar que de otra forma no tendría.

También se desprende que este intruso tiene todos los incentivos del mundo para vilipendiar y manchar la reputación de gente de adentro que no forme parte del tren del contendiente, incluso si esto significa alienar a progresistas cuyo apoyo verdaderamente podría necesitar después (después de todo, no queremos que nuestro campeón recurra a figuras establecidas si llega al mando).

Mi punto no es que los de afuera sean más corruptos que los de adentro, ni que las acciones de todo mundo deban verse en este momento como reflejo exclusivo de interés propio. ¡Eso es exactamente a lo que me opongo! En cambio, lo que digo es que no se puede asumir la pureza de alguien tan solo porque actualmente carezca de gran poder o acceso a éste, dado que mucha ausencia de poder puede tener sus propios efectos distorsivos.

Lo que cada uno de nosotros debería hacer todo el tiempo es preguntarse no solo en qué creemos sino por qué.

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