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En los últimos años, Colombia ha insistido en diversos foros en que el turismo es su “nuevo petróleo”. La narrativa es atractiva: un país con biodiversidad única, riqueza cultural y destinos que han empezado a conquistar los ojos del mundo. Sin embargo, hay un obstáculo silencioso que frena este potencial: la falta de infraestructura aeroportuaria.
Como constante y atenta observadora del sector aéreo y particularmente en la evolución de temas de infraestructura y aeropuertos, puedo afirmar que el país se encuentra ante un techo de crecimiento que no depende de la falta de turistas interesados, sino de nuestra incapacidad de recibirlos de manera eficiente. Haremos un recorrido por los principales aeropuertos del país, a efectos de contar con un panorama.
El Aeropuerto El Dorado de Bogotá concentra más de 45% del tráfico aéreo nacional y alrededor de 65% del tráfico internacional. Es, sin duda, el corazón de la conectividad del país. Pero su infraestructura ya no da abasto: la saturación de su infraestructura se observa tanto en el lado aire como en el lado tierra; de un lado, falta de capacidad en la infraestructura para la asignación de “slots” (permisos para despegar o aterrizar en horarios específicos), pero además de ello, poca eficiencia en la asignación, y sobre todo, poco control al ser un recurso escaso que debiera ser usado de la forma más eficiente y así lo establecen las mismas guías de la Iata. Del otro, una necesidad de infraestructura del lado tierra y frenados en procesos de evaluación y falta de decisión en el proyecto de iniciativa privada en curso.
La realidad es distinta: sin una fiscalización rigurosa, muchos slots se desperdician, limitando la entrada de nuevas aerolíneas y, con ello, la posibilidad de mayor competencia, más rutas y mejores tarifas para los colombianos. Esta rigidez se traduce en un mercado estancado, que perjudica tanto a los viajeros como a la economía nacional.
El Aeropuerto de Rionegro, que sirve a Medellín, es el segundo en importancia del país por tráfico de pasajeros. Sin embargo, la expansión del José María Córdova avanza con lentitud, a pesar de que la región se consolida como un destino turístico y de negocios. La falta de inversión oportuna y de decisiones ágiles condena a Antioquia a depender de una infraestructura limitada, que no responde al crecimiento proyectado de la demanda.
El panorama es claro: mientras países competidores como México, República Dominicana o Panamá amplían su capacidad aeroportuaria para capturar más pasajeros y aerolíneas, Colombia se mantiene en el mismo punto, confiando en que el discurso del turismo sea suficiente para atraer inversiones que nunca llegarán si no hay capacidad de recibir más vuelos.
Frente a otros aeropuertos principales del país, el panorama tampoco es alentador. En el Rafael Núñez de Cartagena, las obras avanzan con lentitud y aún no logran poner la infraestructura a la altura de la creciente demanda turística. Por su parte, los aeropuertos de Barranquilla y Cali, recientemente revertidos a la Aerocivil, atraviesan un escenario de incertidumbre, sin un plan claro de expansión o modernización que permita proyectar su crecimiento de manera sostenible.
Con la foto anterior, es clave enviar un mensaje contundente: invertir en aeropuertos no es un lujo: es una necesidad estratégica. Una mayor capacidad aeroportuaria permitiría la entrada de nuevas aerolíneas, más rutas y una competencia real que se reflejaría en mejores precios de tiquetes y más opciones de viaje para todos los colombianos. Además, el efecto multiplicador en turismo, empleo y economía regional es enorme.
De acuerdo con estudios de Fedesarrollo, cada peso invertido en infraestructura puede generar hasta $2,25 en producción nacional y $2,46 en salarios. Es decir, no se trata solo de aviones y pistas, sino de un círculo virtuoso de desarrollo económico y social.
A propósito de panorama, el mundo hoy nos observa; el día de ayer inició en Montreal la 41ª Asamblea de la Organización de Aviación Civil Internacional, Oaci, con participación activa de la autoridad aeronáutica colombiana. Este foro mundial subraya la importancia de la planificación estratégica, la sostenibilidad y la seguridad en la aviación. Es una oportunidad para que Colombia no solo se muestre como actor comprometido en la arena internacional, sino que también haga una autocrítica: no basta con el discurso en escenarios globales si en casa seguimos postergando las decisiones sobre capacidad y expansión de nuestros aeropuertos.
Colombia tiene todo para consolidarse como un hub turístico y de negocios en América Latina. Pero mientras no se tomen medidas concretas -expansión de El Dorado y José María Córdova, control estricto del uso de slots, planeación de nuevos aeropuertos regionales- el país seguirá estrellándose contra un techo autoimpuesto.
La falta de infraestructura constituye hoy la principal barrera para el crecimiento del mercado aéreo. Superarla no depende de discursos ni de buenas intenciones, sino de voluntad política y capacidad de ejecución. De lo contrario, estaremos condenando al país a desaprovechar un potencial que el mundo ya reconoce, pero que nosotros mismos no hemos sabido aterrizar.
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