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Analistas 29/10/2025

Alocuciones, censura y prejuicio

Maritza Aristizábal Quintero
Editora Estado y Sociedad Noticias RCN

El presidente Petro ha hecho de los Consejos de Ministros una entretenida y lamentable puesta en escena. No son espacios de deliberación ni de gobierno, sino un monólogo permanente donde habla de sí mismo, reparte descalificaciones y reafirma su supuesto papel de salvador moral. Todo pese a que la justicia se ha encargado de recordarle una y otra vez que ni él ni nadie, por más poder político o económico que tenga, está por encima del respeto o del Estado de Derecho.

Hace dos semanas el Juzgado 66 Administrativo de Bogotá fue claro: al decir en plena alocución que “una mujer libre hace lo que se le dé la gana con su clítoris y su cerebro”, el Presidente no ejerció su libertad de expresión, sino que “reprodujo estereotipos sexistas y patriarcales que vulneran la dignidad, la igualdad y el libre desarrollo de la personalidad de las mujeres”. El juez fue más allá: advirtió que las palabras del mandatario “refuerzan una violencia simbólica histórica y constituyen discriminación en razón de género”.

Es que ese lenguaje, no solo describe la realidad: la crea o la destruye. Y cuando quien habla es el Presidente, sus palabras no son opiniones sueltas; son actos de poder. Por eso el Tribunal ordenó su retractación y subrayó que un jefe de Estado tiene un “deber reforzado de prudencia, cuidado y diligencia”, porque su voz “tiene un impacto devastador frente a la dignidad humana de las mujeres”.

Pero este no es un episodio aislado. Petro ya ha tenido que retractarse por llamar “muñecas de la mafia” a las periodistas, por vincular sin pruebas a Marta Lucía Ramírez con el narcotráfico, por descalificar a Paloma Valencia, por atacar públicamente a Bruce Mac Master, por difamar a Enrique Vargas Lleras y por señalar sin fundamento al fiscal Mario Burgos. En todos los casos, los jueces le recordaron que la libertad de expresión no ampara la injuria, la difamación ni la estigmatización.

Y, sin embargo, el patrón se repite y todavía más, todavía no se retracta. Petro usa el micrófono como arma política, no como instrumento de liderazgo. Ha llegado al punto de convertir el poder de la palabra en una herramienta de exclusión. En vez de gobernar, sermonea; en lugar de unir, clasifica. Habla de los “Brayan”, de los “blancos feudales”, de los “negros conservadores”, de los “maricas” y de las “mujeres que no acompasan una cosa con otra. Lo que la justicia ha llamado “un patrón reiterado de discursos discriminatorios y simbólicos” no es una exageración: es la clara descripción del estilo presidencial.

La justicia le ha recordado algo que la política olvidó: la palabra también puede vulnerar derechos fundamentales. El problema no es solo moral, es institucional. Porque cuando el presidente discrimina desde su investidura, normaliza la burla, valida el desprecio y profundiza las grietas sociales que prometió cerrar.

Petro parece más interesado en su propia puesta en escena que en el país que gobierna. Mientras improvisa frases rimbombantes y se envuelve en su ego discursivo, la realidad sigue esperando soluciones: la pobreza, la inseguridad, la crisis de la salud, la parálisis productiva.

Colombia no necesita más alocuciones. No se trata de anular sus ideas radicales, es más bien no andar por la vida desmoronando la moral y los derechos de los demás.

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