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Analistas 11/08/2025

Señales preocupantes

María Claudia Lacouture
Presidenta de AmCham Colombia y Aliadas

Cada semana, desde el poder, se lanza una nueva acusación, se descalifica una institución, se insinúa un complot, todo bajo el sospechoso argumento de que hay un enemigo oculto al que hay que derrotar para lograr la “verdadera transformación”. Y no hace falta la fuerza para lograrlo, porque, como advierte el historiador estadounidense Stephen Kotkin, los autoritarismos no llegan con tanques, llegan con discursos.

Kotkin, biógrafo de Stalin, afirma que las dictaduras modernas ya no nacen en un golpe militar, sino desde adentro de la democracia, avanzando paso a paso. Se valen de las urnas para legitimarse y, a medida que consolidan el poder, vacían el sistema de contenido.

En sus observaciones sobre el ascenso de líderes autoritarios, Kotkin destaca cómo la retórica populista, que señala a “enemigos internos” y utiliza el concepto de una “guerra justa” contra ellos, es un paso clave en este proceso y crea una polarización extrema que socava la confianza en las instituciones.

En Colombia existen señales alarmantes que nos advierten sobre una posible deriva autoritaria: el ataque sistemático al Congreso, a los jueces, a la prensa crítica, a los organismos de control y a cualquier voz que no se alinee con el discurso oficial.

Este comportamiento refleja lo que Kotkin describe como el primer paso hacia el autoritarismo: crear un enemigo interno, alguien a quien culpar de todos los males. En Colombia, ese enemigo ha sido denominado “las élites”, “la oligarquía” o “los mismos de siempre”.

El segundo paso es la deslegitimación del sistema judicial y otras instituciones clave que funcionan como frenos al poder absoluto. En Colombia, ya se ve cómo la ley se deslegitima cuando no favorece al Gobierno. Se presiona a la Fiscalía, al Consejo de Estado y se lanzan amenazas de constituyentes improvisadas, se insinúa que la única voz legítima es la del presidente. Este patrón es un indicio claro de un intento de vaciar de contenido el sistema democrático, algo que Kotkin también advierte como característica de los regímenes autoritarios en ascenso.

El autoritarismo, según Kotkin, prospera cuando la democracia decepciona y no responde a las necesidades mínimas de la población. En Colombia, los desafíos estructurales como la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades se han convertido en el caldo de cultivo perfecto para el caudillismo. El autoritarismo se alimenta de la frustración popular, y aquellos que sienten que la democracia no ha mejorado sus condiciones están dispuestos a tolerar medidas excepcionales, por pequeñas que sean, con tal de conseguir un cambio “real”.

En este contexto, la pregunta no es si Colombia está camino a una dictadura, sino hasta qué punto estamos dispuestos a tolerar la erosión de las instituciones en nombre del “cambio” o del “orden”. La resistencia de los poderes del Estado está siendo vulnerada mediante amenazas soterradas y decretos presidenciales que invocan la “emergencia económica y social” como excusa para eludir la oposición legislativa. Saltarse el principio de separación de poderes, fundamental en cualquier democracia, es una clara señal de que la tendencia autoritaria busca imponerse cada vez más.

Si no vigilamos con cautela estas señales de deriva autoritaria la democracia colombiana podría verse atrapada en una espiral de deslegitimación y concentración del poder.

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