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La verdadera sabiduría del poder radica en su capacidad de congregar y resolver, de movilizar a sus ciudadanos hacia el bien común, administrar con prudencia y justicia, con la fuerza del buen ejemplo, con templanza, humildad y determinación, dejando atrás el inmovilismo, los intereses particulares, la quejadera mezquina, las falsas promesas y las recriminaciones, evitando los dogmas caducos que durante demasiado tiempo han imperado en nuestra política.
Esa verdadera sabiduría debe trasladarse a cada uno de los colombianos, impulsar liderazgos que propicien más propósitos y menos discordias, con propuestas que inviten a levantarnos, sacudirnos el polvo y recomenzar la lucha por un nuevo país con oportunidades.
Flaco favor hacemos a la democracia dinamitando la confianza institucional desde las altas esferas del poder: ¿qué ejemplo estamos dando a los ciudadanos en la defensa del estado de derecho y para que contribuyan a construir un futuro próspero e inclusivo?
La desconfianza desencadena el caos y termina socavando la confianza en nosotros mismos. Lo reseñó bastante bien el historiador y filósofo alemán Philipp Blom durante su participación en el Hay Festival Cartagena 2024 cuando habló de que la desconfianza generalizada y la ausencia de fe se traducen en una renuencia a afrontar los desafíos de la vida con determinación y persistencia, a evadir los problemas, a desentenderse de ellos.
Hoy los colombianos estamos inmersos en una mezcla de incertidumbre y desconfianza que se viene acumulando de tiempo atrás y se ha exacerbado con la llegada al poder del nuevo Gobierno, en el que hasta el momento el consenso es ajeno y la búsqueda de proponer acciones y políticas para el desarrollo de la nación y el bienestar de todos ha sido limitada o nula.
Sin embargo, Colombia es un país resiliente, ha sobrevivido a momentos más complejos y delicados, hemos aprendido a resistir, a construir a pesar de las adversidades, y ahora no puede ser diferente: debemos mantener la esperanza por encima del inmovilismo conformista, la unidad de propósito sobre el conflicto, la discordia, la apatía o la inacción.
Podemos encontrar inspiración en aquellos que desafían el pesimismo con valentía y determinación. Aunque suena sencillo, no lo es, pero si cada uno se compromete a respetar a quien no tiene la misma forma de pensar, a hablar con evidencia y sustento, con hechos, sin priorizar ideologías, a tender la mano a quien necesita, a escuchar y conciliar a pesar de las diferencias, a comprometerse a hacer las cosas bien y, en fin, a ser un buen colombiano, estaremos apostándole al país y alejando la indiferencia y la desconfianza.
Debemos reconocer la realidad, aceptar las limitaciones y comprometernos con acciones significativas, pasos cruciales para recuperar la confianza perdida, y debemos hacerlo con coraje y perseverancia en la búsqueda de un significado y un propósito en nuestras vidas.
Ese propósito debe llevarnos a la suma de nuestros ideales comunes y ambiciones individuales y tiene que ser más grande que todas nuestras diferencias porque al final lo que nos une es Colombia.
Necesitamos líderes decididos y comprometidos que con ejemplo y coraje nos conduzcan por el camino del desarrollo social y el crecimiento económico, el de la unidad y la cooperación, porque nuestro reto común es construir un país mejor.