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Analistas 20/01/2025

Límites

Lewis Acuña
Periodista

Mandar a la mierda es algo muy personal. Hay quienes cruzan límites que no deberían ser cruzados. Personas manipuladoras, abusadoras y maltratadoras que, con plena intención, generan sufrimiento a su alrededor. Frente a este tipo de comportamientos no se requiere demasiada reflexión para tomar una decisión clara y contundente.

No es cuestión de precipitarse. Antes de llegar a ese punto, seguramente ya se intentó todo: responder con respeto, ser asertivo, buscar caminos conciliadores. Pero la paciencia, como todo en esta vida, también tiene un límite. Cuando se alcanza, el acto de alejarnos no solo es válido, sino necesario. Ponernos en nuestro lugar no es un acto de egoísmo o prepotencia, sino un compromiso con nosotros mismos. Significa asumir la responsabilidad de protegernos emocionalmente, incluso si eso implica enfrentar la desaprobación de otros o tomar la difícil decisión de alejarnos de quienes no respetan esos límites. Cuidarnos no siempre será cómodo socialmente, pero siempre será necesario.

Distanciarnos de quienes intencionalmente nos hieren no debe generar culpa ni remordimientos. Proteger nuestra paz y dignidad no es un acto egoísta, es una responsabilidad con nosotros mismos. Y sí, a veces, poner fin a esos lazos implica un mensaje directo, sin matices, que les haga entender que ya no tienen lugar en nuestra vida. Decir adiós, aunque sea con palabras duras -no necesariamente groseras-, puede ser la única forma de marcar la diferencia entre seguir aguantando o finalmente liberarse. Si no somos capaces de ocupar nuestro propio lugar, será imposible establecer límites claros con los demás. Para lograrlo, es fundamental reconocer que nuestros derechos no son negociables: nadie tiene el permiso de vulnerarlos, faltarnos al respeto, restringir nuestra libertad o manipularnos bajo ningún pretexto.

Poner límites es un arte. Cada quien desarrolla su propio estilo para hacerlo. Algunos lo expresan con sutileza y elegancia, otros eligen el sarcasmo como su herramienta y, por supuesto, muchos optan por la contundencia directa, sin filtros ni rodeos. Sea cual sea el enfoque, lo que no puede faltar es la coherencia entre lo que se dice, cómo se dice y lo que se hace después, porque cuando se decide marcar una línea definitiva en una relación o comunicación, no se trata solo de pronunciar palabras cargadas de intención. Decir “hasta aquí“ implica asumir que no habrá vuelta atrás. Las contradicciones posteriores -como seguir buscando a quien se acaba de despedir emocionalmente- diluyen el mensaje y erosionan la credibilidad propia. No basta con lo que se dice, las acciones deben respaldar lo que se quiere transmitir.

“Cómo mandar a la mierda de forma educada” de Alba Cardalda, psicóloga experta en pscioterapia cognitivo -conductual, es todo un tutorial. Un libro cuya conclusión la anuncia con gracia en su título. De todas las formas habidas y por haber, la que más desahoga o libera sin opción de confusión es un rotundo: ¡vete a la mierda!

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