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Analistas 21/01/2021

Privilegio y empatía

Leopoldo Fergusson
Profesor Asociado, Facultad de Economía, Universidad de los Andes
Analista LR

“Que el privilegio no te nuble la empatía”. Esta frase se convirtió en uno de los lemas principales de las protestas que vivió el país en noviembre del 2019, poco antes de que la pandemia del covid lograra simultáneamente detener el ímpetu de esta movilización social y magnificar la relevancia de la preocupación por las profundas desigualdades en Colombia.

El llamado es interesante y poderoso porque en su denuncia de la diferencia clama por la convergencia de propósitos: le pide a “los de arriba” que no olviden a “los de abajo”. La cacerola, agitada en barrios privilegiados, sugiere que en al menos en algunos sectores de la población en circunstancias favorables apareció una preocupación genuina por quienes tienen menos suerte.

Al menos al inicio de la pandemia, esa empatía también parece haberse manifestado en las donaciones del sector privado para proteger a quienes más tuvieron que sufrir por los confinamientos. En la política pública, varios analistas reconocen también como unos de los logros de 2020 el haber logrado diseñar e implementar subsidios a familias de escasos recursos, creando condiciones que incluso han vuelto real la posibilidad de un ingreso básico garantizado. Todo esto parece necesario en un país con abismales brechas de ingreso y riqueza y un sistema tributario que aún hace muy poco por corregir estas diferencias.

Pero la frase también tiene puntería pues denuncia una posibilidad que ha encontrado sustento en estudios: el privilegio tiende a nublar la empatía. Un trabajo de investigadores de las Universidades de Essex y de Lund implementó un experimento sencillo para mostrar cómo nuestra percepción sobre el lugar que ocupamos en la sociedad moldea nuestras opiniones sobre la importancia de la redistribución y la tolerancia a la desigualdad.

En el experimento, los investigadores recogen información sobre el nivel de ingreso de los participantes. Luego, les presentan estimaciones de su posición relativa en la distribución de ingresos. Pero mientras a algunos los comparan con la distribución de un barrio rico, a otros los comparan con la de un barrio pobre. De esa manera, individuos de similar ingreso reciben una señal de que son relativamente pobres (en el primer caso) o ricos (en el segundo).

El resultado principal del estudio es que las personas a quienes se les hizo sentir relativamente ricas tienden a creer más en la meritocracia que los que observaron una distribución del ingreso que los hace sentir más pobres. Es decir, quienes se sienten ricos atribuyen su éxito al fruto de su esfuerzo. Pero la gracia de hacer esto en un contexto experimental es que los investigadores pueden estar seguros de que esta divergencia no obedece a diferencias en talentos, valores previos, o esfuerzos verdaderos entre los participantes. Refleja únicamente el efecto de hacer sentir a unos más privilegiados que otros. Para decirlo coloquialmente y simplificando, existe un cierto reflejo de los privilegiados a opinar que “los pobres son pobres porque quieren” (y los ricos porque lo merecen).

Por supuesto, no todas las personas con privilegio piensan de esa manera, y este es apenas un efecto promedio que no puede explicar todos los casos individuales. Pero tiene consecuencias inquietantes. Primero, como dicen los autores, esta creencia puede jugar un papel paliativo: facilitar que las personas con privilegio racionalicen como justa la desigualdad que observan. Segundo, puede reducir el apoyo a las políticas redistributivas. Esto complementa los hallazgos de varios trabajos que indican que errores de percepción en el grado de desigualdad social tienden a explicar el bajo apoyo a la redistribución.

De otro lado, los participantes del estudio a quienes se les hizo sentir más pobres, además de creer menos en la meritocracia, tienen mayor desconfianza social hacia los demás y hacia las instituciones. La desigualdad puede persistir pues nadie apoya políticas activas para combatirla: los pobres porque no creen las instituciones, los ricos porque no les parece particularmente injusta. En Colombia, donde habría que ser muy ciego para no reconocer que nuestro destino lo moldea sobre todo las circunstancias de nuestro nacimiento, es llamativo el bajo apoyo y la escasa diferencia entre hogares de distintos ingresos a que el gobierno tenga políticas firmes para reducir la desigualdad. No sobra entonces repetir: para que tengamos una sociedad más justa, que el privilegio no nos nuble la empatía.

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