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En Colombia mucha gente opina de política, se queja de los gobernantes o celebra decisiones, pero si les preguntamos cómo funciona el Estado, la mayoría no sabría responder. Por eso, mi postura es directa: sí es necesario que los colombianos conozcan la estructura política y el modelo de Estado Social de Derecho para poder participar de verdad en la democracia. De lo contrario, nuestra voz se queda a medias.
Hicimos una serie de preguntas sobre el Estado colombiano a estudiantes universitarios. Las respuestas fueron diversas: algunos admitieron que votan sin informarse demasiado, otros dijeron que “la política siempre es corrupta” y que prefieren no involucrarse, y unos pocos recordaron que Colombia es un Estado Social de Derecho, lo que garantiza derechos, pero también deberes. Ese contraste dice mucho: hay interés en la política, pero falta claridad sobre cómo funciona realmente.
La Constitución de 1991 lo deja claro desde el primer artículo: Colombia es un Estado Social de Derecho, organizado como república democrática, participativa y pluralista. Esto no es solo teoría: significa que las personas no somos simples espectadores, sino protagonistas. Pero ¿cómo participar si no sabemos cuáles son las reglas del juego?
Algunos de los jóvenes consultados comentaron que “la Constitución es algo de abogados”. Es una percepción común. Sin embargo, la Constitución no es un libro lejano: de ahí vienen los derechos que usamos cada día. El derecho a la educación, a la salud, a la libre expresión o a la igualdad de oportunidades. Cuando alguien reclama matrícula cero o protesta porque no funciona bien el sistema de salud, está apelando directamente a lo que la Constitución garantiza. Si no conocemos esa base, pedimos a ciegas.
Si no se conocen los derechos, corremos el riesgo de que solo hablen quienes tienen poder o contactos, y la democracia deja de ser participativa para volverse exclusiva. Es cierto que no todos pueden sentarse a leer la Constitución entera. Pero tampoco se trata de memorizar artículos. Se trata de conocer lo esencial: la separación de poderes, la función de las instituciones, los derechos y deberes básicos. Igual que nadie maneja un carro sin entender el freno y el acelerador, ningún ciudadano debería vivir en democracia sin conocer las bases que la sostienen.
Lo más interesante del ejercicio fue que varios estudiantes, al escuchar explicaciones sencillas, reconocieron que nunca habían pensado que sus derechos diarios dependen de ese modelo de Estado. Uno dijo: “Ahora entiendo por qué dicen que la Constitución del 91 cambió la historia del país”. Esa chispa es la que necesitamos: pasar de la apatía al interés. Esa participación que podemos ejercer los jóvenes este 19 de octubre en las elecciones de los Consejos Municipales de Juventud.
La democracia no se sostiene sola. Se aprende, se practica y se defiende. Solo así nuestra voz tendrá verdadero peso y no seremos simples espectadores de decisiones que otros toman por nosotros.
Un paso en falso y, en las próximas décadas, criminales como Pablo Escobar, Carlos Pizarro o Manuel Marulanda podrían convertirse en los nuevos “héroes” de una Colombia delincuencial. Ojalá el país comprenda la magnitud del desafío
El Icbf, la Defensoría, los colegios, los centros médicos… todos hacen esfuerzos, pero la capacidad institucional es insuficiente frente a la magnitud del fenómeno, el abuso no siempre deja huella visible, y cuando deja huella emocional, casi nunca se denuncia