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Analistas 06/04/2023

Lecciones de un banco fallido

José Ignacio López
Presidente del Centro de Estudios Económicos Anif

La noticia ha perdido algo de tracción, después de estar en el centro de la atención global. La segunda bancarrota bancaria más grande de la historia de Estados Unidos, la del Silicon Valley Bank (SVB), solo superada por el colapso de Washington Mutual en 2008. El SVB, ahora en control de la autoridad encargada del seguro de depósitos en Estados Unidos, el Fdic (por sus siglas en inglés), sufrió la corrida bancaria más rápida alguna vez registrada. En cuestión de días, sino horas, los depositantes del SVB buscaron afanosamente trasladar sus ahorros, frente al nerviosismo de que la entidad estuviera ilíquida, o peor aún, fuera insolvente, como efectivamente resultó ser.

Está claro que la responsabilidad recae en primer lugar en la administración de la entidad financiera. Un banco bien manejado debe procurar tener una base estable de fondeo y una política de manejo de sus activos que mitigue el riesgo de tasas de interés. En palabras más simples, un banco debe buscar que sus depositantes sean diferentes, de tal suerte que en cualquier momento y por diferentes circunstancias, no lleguen todos al mismo tiempo a tocar las puertas buscando retirar sus depósitos. Por otro lado, el negocio esencial de un banco es transformar plazos, es decir, tomar fondos de corto plazo e invertirlos en proyectos de largo plazo. En esta transformación, las entidades financieras deben ser especialmente cuidadosas de no estar expuestas a subidas de tasas de interés de corto plazo, que hagan inviable sus operaciones. SVB falló en ambos frentes. Sus depositantes eran relativamente homogéneos. Aproximadamente 94% de sus depósitos estaban por encima del máximo de US$250.000 que protege el Fdic, con una alta concentración geográfica y de negocios. La mayoría de los depositantes estaban asociados a inversiones en tecnología, compartían las mismas redes sociales y tenían inversiones similares, entre otros.

Conclusión, el SVB tenía una fuente de fondeo inestable y pronta a saltar como una gacela. Claro está la tecnología, que ahora permite hacer transferencias bancarias instantáneas, ayudó a la velocidad de la corrida. Por el lado del activo, el SVB más que un banco se asemejaba a un fondo mutuo, ya que no tenía una cartera de préstamos importante, sino inversiones significativas en títulos del Tesoro de los Estados Unidos. Títulos que desde el año pasado han sufrido pérdidas debido al aumento de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal. En el mundo ideal, el SVB debería haber sido un fondo de inversiones y no un banco.

Pero el rastro de responsabilidad no para allí. El regulador estaba al tanto del riesgo asociado al aumento de tasas de interés que se fue materializando. No conocemos las intervenciones por parte de las autoridades en el SVB - son confidenciales-, pero queda la sombra de duda de si el supervisor fue demasiado paciente o benévolo con la administración del SVB, y dejó que el banco se expusiera, como lo hizo. Los detalles quedarán para la historia, pero queda además el sinsabor de los escenarios de estrés propuestos por el regulador el año pasado, que no fueron apropiadamente ácidos. Lo mismo con la exclusión de bancos con activos inferiores a los 250 mil millones de dólares de los requerimientos más exigentes que tienen las entidades financieras de mayor tamaño.

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