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Analistas 12/05/2023

Otredad

Jorge Iván González
Profesor de U. Nacional y Externado
La República Más

El reconocimiento del otro, que ha sido uno de los ideales de la modernidad, se ha difuminado en el abuso de las llamadas identidades. En el siglo XVIII, cuando Kant se hace la pregunta por la norma moral, construye un discurso para los seres racionales, que son diferentes a los animales. La pregunta por el imperativo categórico está dirigida a cualquier individuo. Todas las personas, más allá de las diferencias étnicas, religiosas o culturales, tienen que hacerse la pregunta por las condiciones de posibilidad de un principio moral que pueda ser aceptado como norma general. Junto con la categoría universal como la de ser racional, la modernidad ha ido precisando el significado de otras nociones como la de ciudadano.

Desgraciadamente, estas categorías universales han ido perdiendo relevancia, a medida que ha ido aumentando el número de las identidades. Esta proliferación está minando las nociones básicas de justicia, y ha llevado a una fragmentación de la política pública.

Colombia es un país excluyente, que a lo largo de la historia ha despreciado las comunidades afro, indígenas, campesinas. Es cierto que la diversidad sexual apenas comienza a ser reconocida, y que la mujer continúa siendo discriminada. Pero de este reconocimiento de las exclusiones no se puede pasar al abuso de las identidades.

Las crecientes reivindicaciones de las identidades han llevado a una progresiva fragmentación del presupuesto y de las opciones de la política pública. Cada una de las poblaciones, o identidades, termina luchando por intereses específicos, dejando de lado la relevancia de los postulados universales. Esta dispersión es perjudicial para todos. El movimiento ‘woke’ ha llevado la marca identitaria a extremos libertarios que impiden la construcción de propósitos colectivos.

En contra de este discurso que divide, es importante, como dice Sen, recuperar categorías fundamentales como la de ciudadanía. Se debe priorizar la simpatía por “la otra gente”, y para ello se tiene que ir “más allá de la identidad”. Desde esta perspectiva, continua Sen, es necesario recuperar la “inclusión universal”, que “abarca a todos los otros seres humanos”.

Desde la mirada de Sen, es inconveniente multiplicar las identidades. Y, entonces, es fundamental recuperar la noción de “observador imparcial” de Adam Smith. Es indispensable colocarse en la situación del otro, con el fin de entender sus intereses y su preferencias. Este es el ejercicio típico de la simpatía. Se trata, entonces, de ponerse en los zapatos de los demás. El sentimiento moral de la simpatía es una condición necesaria para ir construyendo una sociedad en la que el otro sea relevante. La elección colectiva se facilita si el sentimiento de la simpatía anima la decisión moral de los individuos.

La modernidad se ha construido a partir de categorías universales. En el lenguaje kantiano, el imperativo categórico debe guiar la decisión moral de todos los seres humanos (negros, blancos, afros, gitanos, indios, mujeres, jóvenes, víctimas, campesino, Lgbtiq+, pobres, ricos, etc.).

La multiplicidad de identidades ha ido ocultando la relevancia de las categorías universales. En medio de esta fragmentación el gasto público se dispersa, y los mensajes políticos se diluyen. Y como las identidades se multiplican y se traslapan, las opciones de política pública no se pueden jerarquizar.

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